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Volumen 02 - Telefonica.net

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hiciera con la naturalidad que debe existir en comunidades relativamente<br />

afines, las cuales, rechazando el talibanismo imperante, deben enriquecerse<br />

en comunión y en una atmósfera de respeto mutuo a las lenguas,<br />

modos y maneras de cada cual para que al final resulte un todo equilibrado.<br />

Otra situación que me resultó gratificante fue cuando en la recepción<br />

que se dio en el buque Juan Sebastián Elcano en los actos de Amiens en<br />

20<strong>02</strong>, el teniente general Hernández, ya retirado, se presentó de uniforme.<br />

No sé porqué pero sentí una emoción especial al verlo revestido de<br />

Príncipe de la Milicia. En realidad las emociones no se entienden solo se<br />

sienten, probablemente él tampoco entendió cuando le dije "mi general<br />

me siento orgulloso de que haya venido de uniforme" ¿o sí lo entendió?<br />

Un afecto (mutuo) existió, pues, entre el teniente general Baldomero y<br />

este humilde subordinado suyo que siempre encontró en él un apoyo<br />

moral que se parecía mucho al de un padre.<br />

Y digo esto porque yo tuve la desgracia de perder a mi progenitor a<br />

una edad temprana, es más: no llegué a conocerle. Por tanto al llegar a esa<br />

edad difícil de la pubertad me faltó eso que algunos llaman "el espaldarazo"<br />

ese "hijo mío me siento orgulloso de ti, ve y enfréntate al mundo como<br />

un hombre"; gesto que corresponde a la figura paterna complementada<br />

por el amor de una madre que debe permitir y aun fomentar esa huída del<br />

nido necesaria, que todo adolescente debe acometer para alcanzar la<br />

madurez en su educación sentimental. Por tanto, mi salida del seno familiar<br />

fue incompleta, insegura, difícil.<br />

Y ahí estuvo el general Hernández que a lo mejor sin saberlo cumplió<br />

en mí la misión de estimularme. Aún recuerdo que siendo yo recluta a los<br />

16 años, el entonces comandante Hernández pasaba revista en la batería<br />

de Son Olivaret a nuestra formación de pipiolos recién caídos del nido.<br />

Erguido con esa apostura casi faraónica que siempre tuvo y deteniéndose<br />

frente a mí dijo "Ponce", reconociendo mi individualidad; reconociendo de<br />

alguna forma sus vínculos de amistad con mi familia materna, haciéndome<br />

dejar de ser un simple número y convirtiéndome en persona. Fue su<br />

primer espaldarazo. Luego pasaron algunos años y como me alejé de la<br />

isla, no volví a verle hasta que, de vuelta, comencé mi carrera como escritor<br />

y allí estuvo de nuevo el general Hernández apoyándome siempre,<br />

alentándome. Su figura enjuta elegante y de una altura física superior a<br />

las personas de su generación, siempre destacaba entre el público de mis<br />

conferencias.<br />

Del general Hernández no recibí pues un espaldarazo sino muchos.<br />

Sin embargo en la presentación de mi último libro noté a faltar a la per-<br />

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