escreturas de la iglesia de jesucristo de los santos ultimos dias

Primeros Principios y Ordenanzas 151
El mensaje es claro: Cristo vivió y murió para que los hombres
pudieran tener "fe para arrepentirse", y "sólo para aquel que tiene
fe para arrepentirse se realizará el gran y eterno plan de la redención.
"
Muchos de nosotros, cuando hemos cometido algo malo, luchamos
con nuestros propios pecados, tratando de sobreponernos a ellos.
Esto tiene algún valor sin duda, pero si esto es todo lo que hacemos,
seria como tratar de salir de las arenas movedizas, tirando de los
cordones de nuestros zapatos, en vez de alcanzar algo de donde asirnos
y jalarnos hacia fuera.
El Libro de Mormón nos aconseja que recurramos a Cristo en
nuestras debilidades. El nos concederá "la fe para arrepentimos".
Esto me llego con fuerza al alma a través de una experiencia que tuve
en el campo misionero. Una tarde, se acercó a mí un hermano después
del servicio sacramental y me dijo: - "Hace años después de mi
matrimonio, pero antes de pertenecer a la Iglesia, cometí un grave
pecado. Mi esposa nunca me ha perdonado. Continuamente me reprocha
que soy 'bueno para nada' y he llegado a aceptar el concepto en
que me tiene. Siempre llevo mi pecado conmigo. ¿Qué puedo hacer
para redimirlo? ¿Cómo puedo crear en mf un corazón puro y una
mente limpia?
Sus ojos estaban llenos de lágrimas y su semblante abrumado
de tristeza y desesperación.
"¿Qué ha hecho Ud. para tratar de remediar su pecado? Pregunté.
-"He luchado contra mi flaqueza día tras día," - replicó.
-Debe haber una manera mejor. No es posible desarrollar
fuerza insistiendo en nuestra debilidad. El tratar de sobreponerse al
pecado reflexionando acerca de él, es como tratar de sobreponerse
al hábito de la bebida conservando una botella de champaña sobre
la mesa, frente de nosotros"- le dije.
Y entonces oré con este hermano, le di un libro para leer, "As
A Man Thinketh In His Heart, So Is He. " (El hombre es como Piensa
en su Corazón) y le infundí confianza respecto a mi respaldo y afecto.
Mientras nos despedíamos le dije: -"¿Le agradaría administrar la
Santa Cena cada semana en la Escuela Dminical?" (No obstante que
tenfa 43 años de edad, continuaba como maestro en el sacerdocio
Aarónico.)
-"¿Cree que sea yo digno?" - dijo el hermano.
-"No,- repliqué, -"ninguno lo somos, pero creo que a Jesús
le agradaría que lo hiciera."
Las semanas transcurrían y este hermano desempeñaba fielmente
su deber. Ocurrió que un domingo en la mañana antes de la
Iíscuela Dominical lo encontré en el pasillo de la capilla: estiré el
brazo para saludarlo, pero él escondió su mano detrás de la espalda.
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