Descárgalas en PDF - Pensamientos Gráficos
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Casa de Gabriela Mistral y Doris Dana,<br />
Roslyn Harbor, California, ca. 1954<br />
Los celos<br />
Como <strong>en</strong> todo amor pasional, los<br />
celos aparec<strong>en</strong> varias veces <strong>en</strong> las<br />
cartas de Gabriela y por ellas se<br />
deduce que eran recíprocos.<br />
En julio de 1952, Gabriela le escribe:<br />
«Doris Dana: después de tu<br />
partida viol<strong>en</strong>ta y sin nombre —<br />
no sé cómo llamarla— y después<br />
de haber vivido yo tres días de un<br />
estado lam<strong>en</strong>table, llega esa carta<br />
tuya de París. No <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do hasta<br />
hoy tu cólera brutal al partir y<br />
tampoco <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do esta carta normal,<br />
cordial y sin mancha de furor.<br />
¡Ilumine Dios mi cabeza porque<br />
no logro ver <strong>en</strong> claro cosa alguna!<br />
(…) Luego, el gesto y las voces<br />
con que pasaste por la puerta que<br />
estoy mirando, correspond<strong>en</strong> a<br />
algún choque muy fuerte conmigo,<br />
a una cólera viol<strong>en</strong>tísima y… a un<br />
golpe de odio, de odio puro.»<br />
Gabriela proclama su inoc<strong>en</strong>cia, su amor incondicional; es creída, y recibe,<br />
como premio, una carta de Dana que le restituye la alegría.<br />
Pero también la escritora chil<strong>en</strong>a padece crisis de celos; <strong>en</strong> especial,<br />
durante un breve período, si<strong>en</strong>te que la bella norteamericana se ha reconciliado<br />
con la hija de Thomas Mann y que a ella sólo le quedará el recuerdo<br />
de este amor.<br />
A pesar de estos ataques de celos, todo hace suponer que ni una ni otra<br />
se fueron infieles, y que la pres<strong>en</strong>cia de algunas mujeres cerca de Gabriela<br />
se debía más a sus <strong>en</strong>fermedades y necesidades domésticas que a otra<br />
cosa. En cuanto a Dana, sus huidas y sus viajes expresaban el temor a ser<br />
virtualm<strong>en</strong>te poseída por esta pasión que am<strong>en</strong>azaba con consumirla, con<br />
tragársela. Sin duda la escritora chil<strong>en</strong>a podía proporcionarle la estabilidad<br />
emocional de la que había carecido <strong>en</strong> la infancia, pero t<strong>en</strong>ía que <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tarse<br />
a varios conflictos: la mala salud de Gabriela Mistral, su futura muerte<br />
y el alejami<strong>en</strong>to de las dos personas de su familia a qui<strong>en</strong>es quería:<br />
Alberta, la madre, qui<strong>en</strong> vivió hasta 1970, pero pasó un largo período de<br />
reclusión <strong>en</strong> un hospital psiquiátrico y a qui<strong>en</strong> cuidó (pagó la clínica con el<br />
dinero que aportaba g<strong>en</strong>erosam<strong>en</strong>te la poeta chil<strong>en</strong>a), y de Leora, la hermana<br />
m<strong>en</strong>or de Dana, por la que s<strong>en</strong>tía un <strong>en</strong>orme cariño.<br />
El epílogo de su sobrina, Doris Atkinsons, es contund<strong>en</strong>te: «Creo que<br />
Leora fue la persona a la que Doris más amó <strong>en</strong> su vida. Leora le proporcionó<br />
cierta estabilidad emocional luego de la muerte de Gabriela. La<br />
muerte de Leora y la de Gabriela Mistral fueron las dos pérdidas de las<br />
cuales jamás pudo recuperarse».<br />
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