el principe y el mendigo - Educando
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MARK TWAIN EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO<br />
El fingido rey clavó en <strong>el</strong> duque los ojos sin brillo y exclamó,<br />
con voz muerta:<br />
–¡Era mi madre!<br />
–¡Dios mío, –gimió <strong>el</strong> protector, tirando de las riendas de su<br />
caballo para volver a su puesto–. ¡El agüero estaba preñado de<br />
profecía! ¡Se ha vu<strong>el</strong>to loco otra vez!<br />
© Pehuén Editores, 2001<br />
) 101 (<br />
LA CORONACIÓN<br />
R<br />
ETROCEDAMOS UNAS CUANTAS HORAS Y SITUÉMONOS EN LA<br />
ABADÍA de Westminster a las cuatro de la mañana de<br />
aqu<strong>el</strong> memorable día de la coronación. No nos<br />
faltará compañía, porque si bien reina todavía la noche,<br />
encontraremos las galerías, alumbradas con antorchas, llenas ya<br />
de gente que se acomoda a permanecer esperando siete u ocho<br />
horas hasta que llegue <strong>el</strong> momento de ver lo que no creen ver<br />
dos veces en su vida: la coronación de un rey. Londres y Westminster<br />
han empezado a agitarse desde que han estallado los<br />
cañonazos de aviso a las tres de la mañana, y ya una<br />
muchedumbre de gente rica sin título, que ha comprado <strong>el</strong><br />
privilegio de tratar de hallar sitio en las galerías, se agolpa en las<br />
entradas reservadas a su clase.<br />
Transcurren las horas con sobra de tedio. Hace ya rato que<br />
ha cesado todo movimiento, porque las galerías están ya atestadas.<br />
Ahora podemos sentarnos y mirar y pensar a nuestro talante.<br />
Acá y acullá, en <strong>el</strong> vago crepúsculo de la catedral, podemos divisar<br />
porciones de galerías y balcones atestados de gente, porque las<br />
otras partes nos las ocultan a la vista las columnas. Tenemos<br />
ante los ojos la totalidad d<strong>el</strong> gran crucero, vacío aún, a la espera<br />
de los privilegiados de Inglaterra. Vemos también <strong>el</strong> gran espacio