el principe y el mendigo - Educando
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MARK TWAIN EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO<br />
Envu<strong>el</strong>tos en mantas de la cárc<strong>el</strong>, manchadas y hechas<br />
jirones. Hendon y <strong>el</strong> rey pasaron una noche terrible. Un carc<strong>el</strong>ero<br />
sobornado había suministrado bebidas a algunos de los presos, y<br />
la consecuencia natural de <strong>el</strong>lo fue que éstos entonaron canciones<br />
obscenas, riñeron, gritaron y armaron un alboroto de todos los<br />
diablos. Al fin, poco después de medianoche, un hombre agredió<br />
a una mujer y casi la mató, golpeándole la cabeza con las esposas<br />
antes que <strong>el</strong> alcaide pudiera acudir a salvarla. El alcaide<br />
restableció la paz propinando al preso una buena paliza, y<br />
entonces cesó <strong>el</strong> escándalo y pudieron dormir todos aqu<strong>el</strong>los<br />
que no se enteraban de los gemidos y lamentos de los heridos.<br />
En la semana siguiente, días y noches fueron de monótona<br />
igualdad en punto a acontecimientos. Hombres, cuyo semblante<br />
recordaba Hendon más o menos distintamente, llegaban de día<br />
a mirar al «impostor» y a repudiarle e insultarle, y por la noche<br />
los alborotos y las p<strong>el</strong>eas proseguían con metódica regularidad.<br />
No obstante, al fin sobrevino un accidente nuevo. El alcaide<br />
hizo entrar a un anciano y le dijo:<br />
–El b<strong>el</strong>laco está en esa sala. Mira en torno y a ver si puedes<br />
conocer quién es.<br />
Hendon levantó la vista y experimentó una sensación<br />
agradable por primera vez desde que estaba en la cárc<strong>el</strong>. Díjose:<br />
«Este es Blake Andrews, que fue toda la vida criado de la familia<br />
de mi padre. Es una alma honrada, un corazón leal, es<br />
decir, lo era, porque ahora no hay ninguno leal, todos son<br />
embusteros. Ese hombre me conocerá... y me negará, como todos<br />
los demás».<br />
El viejo miró en torno de la sala, examinando uno a uno<br />
todos los semblantes, y finalmente dijo:<br />
–No veo aquí más que bribones desorejados, la hez de las<br />
calles. ¿Quién es él?<br />
El alcaide rompió a reír.<br />
–¡Ahí! –dijo–. Mira a ese animalucho y dame tu opinión.<br />
© Pehuén Editores, 2001<br />
) 88 (<br />
Se acercó <strong>el</strong> viejo y contempló de arriba a abajo a Hendon;<br />
luego movió gravemente la cabeza y dijo:<br />
–Este no es Hendon ni lo ha sido nunca.<br />
–Cierto. Tus viejos ojos funcionan bien todavía. Si yo fuera<br />
sir Hugo, cogería a ese tunante y...<br />
El alcaide terminó poniéndose de puntillas como si le<br />
levantase una cuerda imaginaria y haciendo al mismo tiempo un<br />
ruido gutural que indicaba la estrangulación. El viejo exclamó<br />
con rencoroso acento:<br />
–Ya podrá bendecir a Dios si no escapa peor. Si yo tuviera<br />
que ajustarle las cuentas, se vería tostado, a fe mía.<br />
Estalló <strong>el</strong> alcaide en una carcajada de hiena y gruñó:<br />
–Puedes entendért<strong>el</strong>as con él, viejo, como hacen todos. Ya<br />
verás cómo te diviertes.<br />
Salió <strong>el</strong> alcaide de la sala y desapareció. Entonces <strong>el</strong> anciano<br />
cayó de rodillas y cuchicheó:<br />
–¡Loado sea Dios, que por fin has venido! ¡He estado siete<br />
años creyendo que habías muerto, y ahora te veo vivo! Te he<br />
conocido en <strong>el</strong> momento de mirarte, y mucho trabajo me ha<br />
costado conservar la cara impasible y fingir no ver aquí más que<br />
bribones de siete su<strong>el</strong>as y basura de la calle. Soy viejo y pobre sir<br />
Miles, pero di una palabra y saldré a pregonar la verdad, aunque<br />
me ahorquen por <strong>el</strong>lo.<br />
–No –contestó Hendon–; no lo harás. Te perderías tú y de<br />
poco servirías a mi causa. Pero te doy las gracias porque me has<br />
devu<strong>el</strong>to mi perdida fe en <strong>el</strong> género humano.<br />
El viejo criado resultó ser de gran provecho para Hendon y<br />
<strong>el</strong> rey, porque se presentaba varias veces al día para «insultar» al<br />
primero, y siempre entraba de contrabando alguno, manjares<br />
d<strong>el</strong>icados, para mejorar la comida de la cárc<strong>el</strong>. También le trajo<br />
las noticias que corrían.<br />
Hendon reservó los alimentos para <strong>el</strong> rey, pues sin <strong>el</strong>lo Su<br />
Majestad no habría sobrevivido, porque no le era posible comer