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el principe y el mendigo - Educando

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MARK TWAIN EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO<br />

© Pehuén Editores, 2001<br />

EL PRÍNCIPE MALTRATADO<br />

M<br />

IENTRAS TANTO VOLVAMOS A LOS DUROS PROBLEMAS<br />

que enfrentaba <strong>el</strong> príncipe.<br />

Lo habíamos dejado cuando Juan Canty lo<br />

arrastraba hacia <strong>el</strong> Callejón de las Piltrafas, rodeado de una<br />

multitud de <strong>mendigo</strong>s y vagabundos. Sólo una persona trató de<br />

intervenir en su favor pero nadie la escuchó. El príncipe, seguía<br />

forcejeando para liberarse y estaba furioso con los maltratos de<br />

que era víctima, hasta que su captor en un arrebato de violencia<br />

levantó su garrote para dejarlo caer sobre la cabeza d<strong>el</strong> cautivo.<br />

La única persona que había hablado en su favor se ad<strong>el</strong>antó para<br />

detener <strong>el</strong> golpe recibiéndolo en un brazo, Canty fuera de sí,<br />

volvió a golpearlo con furia en la cabeza, <strong>el</strong> hombre cayó con un<br />

gemido de dolor, quedando inconsciente entre los pies de la<br />

multitud.<br />

Minutos después <strong>el</strong> príncipe entraba de un fuerte emp<strong>el</strong>lón<br />

en <strong>el</strong> lugar en que vivían los Canty. La puerta se cerró de golpe<br />

contra los curiosos que los habían seguido hasta allí.<br />

A la incierta luz de una v<strong>el</strong>a metida en una bot<strong>el</strong>la, descubrió<br />

los detalles d<strong>el</strong> tugurio y pudo distinguir a sus habitantes. Dos<br />

muchachas despeinadas y míseras y una mujer de rostro asustado<br />

se arrimaban en un rincón, con <strong>el</strong> temor de animales maltratados.<br />

) 26 (<br />

Desde otro rincón apareció una arpía de su<strong>el</strong>ta cab<strong>el</strong>lera blanca<br />

y ojos malignos, Juan Canty dirigiéndose a <strong>el</strong>la, exclamó:<br />

–¡Espera! Ahora nos vamos a entretener en grande. No lo<br />

eches a perder hasta divertirnos. Después, si quieres le das una<br />

paliza.<br />

–Acércate aquí muchacho, y ahora repite todo eso tan<br />

gracioso. Di como te llamas. ¿Quién eres?<br />

El príncipe ofendido alzó la mirada con indignación, hacia<br />

la cara d<strong>el</strong> hombre, diciéndole:<br />

–El que tú me mandes que hable demuestra tu mala<br />

educación. Te repito lo que te he dicho antes: soy Eduardo,<br />

príncipe de Gales, y nadie más.<br />

La sorpresa de esta contestación clavó los pies de aqu<strong>el</strong>la<br />

bruja en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o y casi la dejó sin aliento. Miró al príncipe con<br />

ojos dilatados por un estúpido asombro, y esta actitud causó tal<br />

regocijo al rufián de su hijo que estalló en una carcajada atronador.<br />

Pero fue muy distinto <strong>el</strong> efecto producido en la madre y en las<br />

hermanas de Tomás Canty. Su temor a ser maltratadas físicamente<br />

dejó paso en <strong>el</strong> acto a una aflicción. Se abalanzaron, llenas de<br />

miedo y abatimiento exclamando:<br />

–¡Oh pobre Tomás, pobre muchacho!<br />

La madre cayó de rodillas d<strong>el</strong>ante d<strong>el</strong> príncipe, le puso sus<br />

manos en los hombros y miró anh<strong>el</strong>ante aqu<strong>el</strong>la cara por entre<br />

las lágrimas que asomaban a sus ojos:<br />

–¡Oh pobre hijo mío! Tus desatinadas lecturas han obrado<br />

finalmente en ti su funesto efecto revolviéndote <strong>el</strong> seso. ¿Por<br />

qué te empeñaste en seguir leyendo todo aqu<strong>el</strong>lo cuando yo te<br />

advertí sus p<strong>el</strong>igros? Has destrozado <strong>el</strong> corazón de tu madre.<br />

El príncipe la miró a la cara, y le dijo afablemente: –Tu hijo<br />

se encuentra bien y no ha perdido <strong>el</strong> seso, buena señora.<br />

Consuélate, llévame al Palacio donde está tu hijo ahora, y <strong>el</strong> rey,<br />

mi padre, te lo devolverá en <strong>el</strong> acto.<br />

–¡El rey tu padre! ¡Oh hijo mío! Retira esas palabras que están

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