el principe y el mendigo - Educando
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MARK TWAIN EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO<br />
¡Tendrías que oírlas hablar a ambas! Pero cuéntame algo de tu<br />
Callejón de las Piltrafas. ¿Llevas allí buena vida?<br />
–La verdad, señor, que vivo bien, salvo cuando paso hambre.<br />
Vienen allí los teatros de títeres y los monos... (¡qué animales<br />
más ridículos y que bien que los visten!), y dan representaciones<br />
en las que hacen sus pap<strong>el</strong>es, chillan y se p<strong>el</strong>ean hasta que se<br />
matan. Da gusto verlo, y sólo cuesta una moneda de cobre,<br />
aunque lo difícil es conseguir la moneda, señor.<br />
–Cuéntame más cosas.<br />
–Los muchachos d<strong>el</strong> Callejón de las Piltrafas p<strong>el</strong>eamos a<br />
veces unos con otros con los garrotes, al estilo de los aprendices.<br />
Los ojos d<strong>el</strong> príncipe r<strong>el</strong>ampaguearon, y dijo: –¡Vaya, eso no<br />
me disgustaría! ¿Y qué más?<br />
–Otras veces competimos en carreras, para ver quién de<br />
nosotros es más rápido.<br />
–También eso me gustaría. Continúa.<br />
–En <strong>el</strong> verano, señor, chapoteamos y nadamos en los canales<br />
y en <strong>el</strong> río, procurando meter la cabeza en <strong>el</strong> agua al que<br />
tenemos más cerca y nos zambullimos, gritamos, y...<br />
–¡Sólo por disfrutar así una vez, daría yo todo <strong>el</strong> reino de mi<br />
padre! Por favor, sigue.<br />
–Bailamos y cantamos alrededor d<strong>el</strong> Poste de Mayo en<br />
Cheapside. Jugamos en la arena, y nos cubrimos con <strong>el</strong>la unos a<br />
otros, otras veces hacemos castillos de barro... ¡Si vieras qué<br />
barro más encantador! No hay otro en <strong>el</strong> mundo que sea más<br />
agradable de manejar.<br />
–¡No sigas, por favor! ¡Eso es vida! ¡Si yo pudiera vestirme<br />
con unas ropas como esas que tú llevas, y descalzarme, y jugar a<br />
mi gusto en <strong>el</strong> barro por una vez, por una sola vez, sin que nadie<br />
me regañara ni me lo prohibiera, creo que sería capaz de renunciar<br />
a la corona!<br />
–Y si yo pudiera vestirme, mi buen señor, una sola vez como<br />
tú vas vestido ahora, una sola vez...<br />
© Pehuén Editores, 2001<br />
) 9 (<br />
–¿Te gustaría? Pues así será. Quítate esos harapos y vístete<br />
con estas prendas, muchacho. Será una f<strong>el</strong>icidad breve, pero no<br />
por eso menos real. La disfrutaremos mientras nos sea posible, y<br />
nos volveremos a vestir cada uno con sus ropas antes que nadie<br />
venga.<br />
Algunos minutos después, <strong>el</strong> pequeño príncipe de Gales se<br />
había ataviado con los retazos de ropas que llevaba Tomás, y <strong>el</strong><br />
príncipe de la pobreza estaba muy bien compuesto con <strong>el</strong><br />
r<strong>el</strong>umbrante plumaje de la realeza. Ambos se colocaron uno junto<br />
al otro d<strong>el</strong>ante d<strong>el</strong> espejo, y ¡qué milagro! ¡Parecía que no se<br />
hubiera realizado allí ningún cambio! Se miraron con asombro<br />
uno al otro, luego se miraron en <strong>el</strong> espejo, y a continuación<br />
volvieron a mirarse uno al otro. Finalmente, <strong>el</strong> desconcertado<br />
príncipe dijo:<br />
–¿Qué sacas tú en consecuencia de esto?.<br />
–¿No me pidas que conteste, mi señor! No estaría bien que<br />
un muchacho de mi condición expresara lo que piensa sobre esto.<br />
–¡Entonces yo seré quien lo diga. Tú tienes los mismos<br />
cab<strong>el</strong>los, idénticos ojos, igual voz y maneras, la misma estatura<br />
y forma de cuerpo, la misma cara y expresión que yo. Si nos<br />
desnudáramos, no habría nadie capaz de decir quién eras tú y<br />
quién <strong>el</strong> príncipe de Gales. Y ahora que estoy vestido como lo<br />
deseabas tú, me encuentro más cerca de sentir lo que tú sentiste<br />
cuando aqu<strong>el</strong> bruto de soldado... Dime: ¿no te hizo él esa<br />
magulladura en la mano?<br />
–Sí, pero no es nada, y Su Alteza sabe que aqu<strong>el</strong> pobre<br />
guardia...<br />
–¡No te muevas de aquí hasta que yo vu<strong>el</strong>va! ¡Es un mandato<br />
mío!<br />
El príncipe echó en un instante mano, y escondió un objeto<br />
de importancia nacional que había sobre la mesa. Salió por la<br />
puerta d<strong>el</strong> despacho, corriendo a todo lo que daban sus piernas<br />
por los jardines d<strong>el</strong> palacio, llevando al aire sus harapos, con la