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el principe y el mendigo - Educando

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MARK TWAIN EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO<br />

era de t<strong>el</strong>a rica, pero gastada y descolorida, y su adorno de encaje<br />

de oro estaba deslucido. Traía ajada la gorguera, y la pluma de su<br />

chambergo estaba rota y tenía aspecto de suciedad. Al costado<br />

ostentaba un largo estoque en mohosa vaina de hierro. Su actitud<br />

fanfarrona le señalaba al instante como un espadachín en<br />

campaña. Las palabras de aqu<strong>el</strong> estrambótico sujeto fueron<br />

recibidas con una explosión de voces y risas. La gente gritó: «¡Es<br />

otro príncipe disfrazado!». «¡Cuidado con lo que haces!». «¡Ten<br />

cuidado, amigo, porque puede ser p<strong>el</strong>igroso!». «¡Así lo parece!».<br />

«Separemos de él al chico». «Vamos a tirar a ese cachorro al<br />

abrevadero». Una mano cayó sobre <strong>el</strong> príncipe, pero en <strong>el</strong> mismo<br />

momento la larga espada d<strong>el</strong> desconocido salió de la vaina y <strong>el</strong><br />

entrometido cayó al su<strong>el</strong>o de un fuerte planazo. En seguida<br />

gritaron docenas de voces: «¡Matad a ese perro! ¡Matadlo!». Y la<br />

turba se cerró contra <strong>el</strong> guerrero, que se puso de espaldas contra<br />

un muro y empezó a repartir mandobles v<strong>el</strong>ozmente.<br />

Sus víctimas caían de un lado y a otro, pero la chusma se<br />

precipitaba sobre los derribados cuerpos para abalanzarse con<br />

desenfrenada furia contra <strong>el</strong> campeón. Sus momentos eran<br />

contados y segura su pérdida, cuando, de pronto, sonó un toque<br />

de clarín y una voz gritó: «¡Pasó al mensajero d<strong>el</strong> rey!». En seguida<br />

llegó una tropa de jinetes, cargando sobre la chusma, que se<br />

esfumó v<strong>el</strong>ozmente. El intrépido desconocido cogió al príncipe<br />

en brazos y pronto estuvo alejado d<strong>el</strong> p<strong>el</strong>igro y de la multitud.<br />

Volvamos al interior d<strong>el</strong> Ayuntamiento de la City. De pronto<br />

sobre los rumores de júbilo y <strong>el</strong> bullicio d<strong>el</strong> festín sonó una<br />

trompeta. Hubo un instante de silencio, y por fin se alzó una<br />

sola voz, la d<strong>el</strong> mensajero de palacio, <strong>el</strong> cual empezó a hacer una<br />

proclama que escucharon todos los circunstantes en pie. Las<br />

últimas palabras, solemnemente pronunciadas, fueron:<br />

–¡El rey ha muerto!<br />

Todos dejaron caer la cabeza sobre <strong>el</strong> pecho y así<br />

permanecieron unos momentos en profundo silencio, hasta que<br />

© Pehuén Editores, 2001<br />

) 32 (<br />

cayeron a una de rodillas, tendiendo las manos hacia Tomás, y<br />

sonó un grito que pareció estremecer <strong>el</strong> edificio:<br />

–¡Viva <strong>el</strong> rey!<br />

Los asombrados ojos d<strong>el</strong> pobre Tomás contemplaron <strong>el</strong><br />

incomprensible espectáculo y, finalmente, como en un sueño fijó<br />

su vista en las arrodilladas princesas que tenía al lado y luego en<br />

<strong>el</strong> conde de Hertford.<br />

Y tomando una decisión, dijo en voz baja a lord Hertford:<br />

Respóndeme con lealtad, por tu fe y por tu honor. Si yo diera<br />

aquí una orden, que sólo un rey pudiera tener <strong>el</strong> privilegio y la<br />

prerrogativa de dar, ¿sería obedecido mi mandato sin que nadie<br />

se me opusiera?<br />

–Nadie, mi señor, en todo este reino. En tu persona reside la<br />

majestad de Inglaterra. Eres <strong>el</strong> rey, y ley es tu palabra.<br />

Tomás respondió con voz fuerte y enérgica y con gran<br />

animación:<br />

–Entonces la ley d<strong>el</strong> rey será, desde hoy la justicia d<strong>el</strong> perdón<br />

y no será nunca más la justicia de la sangre. Levántate y ve a la<br />

Torre. Comunícales que <strong>el</strong> rey decreta que no muera <strong>el</strong> duque de<br />

Norfolk.<br />

Estas palabras se propagaron de boca en boca por todo <strong>el</strong><br />

salón, y cuando Hertford partió a la Torre, sonó otro prodigioso<br />

grito:<br />

–¡El reinado de la sangre ha terminado! ¡Viva Eduardo, rey<br />

de Inglaterra!

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