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el principe y el mendigo - Educando

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MARK TWAIN EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO<br />

un poco de nieve que había caído durante la noche blanqueaba<br />

<strong>el</strong> gran recinto vacío y aumentaba la tristeza general de su aspecto.<br />

De cuando en cuando, un viento invernal soplaba en <strong>el</strong> patio y<br />

producía pequeños remolinos de nieve.<br />

En <strong>el</strong> centro d<strong>el</strong> patio se hallaban dos mujeres atadas a sendos<br />

postes. Una mirada bastó al rey para ver que eran sus buenas<br />

amigas. Eduardo se dijo:<br />

–¡Ay! No han sido libertadas, como yo creía. ¡Pensar que<br />

unas mujeres como esas conozcan <strong>el</strong> látigo en Inglaterra! Esa es<br />

la mayor vergüenza, que no sea en país de paganos, sino en la<br />

cristiana Inglaterra. Las azotarán, y yo, a quien han consolado y<br />

tratado bondadosamente, tendré que ver cómo se les infiere semejante<br />

agravio. Es extraño que yo, que soy la misma fuente d<strong>el</strong><br />

poder en este extenso reino, me vea imposibilitado de protegerlas.<br />

Pero bien pueden ahora recrearse esos sayones, porque día vendrá<br />

en que yo les pida estrecha cuenta de esta obra. Por cada golpe<br />

que den ahora recibirán después ciento.<br />

Se abrió una gran verja y entró una muchedumbre de<br />

ciudadanos, que se agruparon en torno de las dos mujeres,<br />

ocultándolas a la vista d<strong>el</strong> rey. Entró un clérigo anglicano y cruzó<br />

por entre la muchedumbre hasta perderse de vista. Eduardo oyó<br />

después hablar en preguntas y respuestas, mas no pudo<br />

comprender qué se decía. Luego hubo mucho bullicio y<br />

preparativos y de pasar y repasar los funcionarios por la parte de<br />

la muchedumbre que se hallaba al otro lado de las mujeres y<br />

mientras tanto un prolongado siseo cayó sobre la gente. De pronto,<br />

a una orden, las masas se separaron a ambos lados y <strong>el</strong> rey vio un<br />

espectáculo que le h<strong>el</strong>ó la sangre o las venas. Habían apilado<br />

haces de leña en torno a las dos mujeres, y unos hombres,<br />

arrodillados, los estaban encendiendo.<br />

Las mujeres tenían la cabeza inclinada y con las manos se<br />

cubrían <strong>el</strong> rostro. Las amarillas llamas comenzaron a trepar por<br />

entre la crepitante leña, y unas guirnaldas de humo azul subieron<br />

© Pehuén Editores, 2001<br />

) 91 (<br />

a disiparse en <strong>el</strong> viento. En <strong>el</strong> momento en que <strong>el</strong> clérigo alzaba<br />

las manos y empezaba una oración, dos niñas llegaron corriendo<br />

por la gran verja y, lanzando penetrantes gritos, se abalanzaron<br />

hacia las mujeres de los postes. Al instante las arrancaron de allí<br />

los carc<strong>el</strong>eros y a una de <strong>el</strong>las la sujetaron con fuerza, pero la<br />

otra logró desasirse, diciendo que quería morir con su madre, y<br />

antes de que pudieran detenerla, volvió a echar los brazos al<br />

cu<strong>el</strong>lo de una de las mujeres. Al instante la arrancaron de allí con<br />

los vestidos en llamas. Dos o tres hombres la sostuvieron, y la<br />

parte de sus ropas que ardía fue rasgada y arrojada a un lado,<br />

mientras la niña pugnaba por libertarse, sin cesar de exclamar<br />

que quedaría sola en <strong>el</strong> mundo y de rogar que le permitieran<br />

morir con su madre. Ambas niñas gritaban sin cesar y luchaban<br />

por libertarse, pero de pronto ese tumulto fue ahogado por una<br />

serie de desgarradores gritos de mortal agonía. El rey miró a las<br />

frenéticas niñas y a los postes, y luego apartó la vista y ocultó <strong>el</strong><br />

rostro lívido contra la pared para no volver a mirar más.<br />

«Lo que he visto en este breve momento se dijo-, no<br />

desaparecerá de mi memoria, en la que perdurará siempre. Lo<br />

estaré viendo todos los días y soñaré con <strong>el</strong>lo todas las noches<br />

hasta que muera. ¡Ojalá hubiera sido ciego!».<br />

Hendon, que no cesaba de observar al rey, se dijo, satisfecho:<br />

«Su locura mejora. Ha cambiado y su carácter es más suave.<br />

Si hubiera seguido su manía, habría llenado de injurias a esos<br />

lacayos, diciendo que era <strong>el</strong> rey y ordenándoles que dejaran libres<br />

a las mujeres. Pronto su ilusión se desvanecerá y quedará olvidado<br />

y será sano otra vez. ¡Quiera Dios ac<strong>el</strong>erar ese momento!».<br />

Aqu<strong>el</strong> mismo día entraron a varios presos para pasar la noche,<br />

los cuales eran conducidos, con su correspondiente custodia, a<br />

diversos lugares d<strong>el</strong> reino para cumplir <strong>el</strong> castigo de crímenes<br />

cometidos. El rey habló con <strong>el</strong>los, pues desde <strong>el</strong> principio se<br />

había propuesto instruirse para su regio oficio, interrogando a<br />

los presos cada vez que se le presentaba la ocasión de <strong>el</strong>lo. El

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