el principe y el mendigo - Educando
el principe y el mendigo - Educando
el principe y el mendigo - Educando
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
MARK TWAIN EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO<br />
© Pehuén Editores, 2001<br />
EL SACRIFICIO<br />
M<br />
ILES SE IBA YA CANSANDO DEL CONFINAMIENTO Y DE LA<br />
INACCIÓN, mas al fin llegó su juicio, con gran<br />
satisfacción suya, porque pensaba que aceptaría<br />
cualquier sentencia, siempre que una nueva prisión no fuera parte<br />
de <strong>el</strong>la. En esto se equivocaba, y hubo de montar en cólera cuando<br />
se vio pintado como «vagabundo profesional» y sentenciado a<br />
estar dos horas en <strong>el</strong> cepo por esta razón y por haber agredido al<br />
dueño d<strong>el</strong> Hendon Hall. Sus palabras de ser hermano de su<br />
perseguidor y heredero legítimo de los honores y Estados de<br />
Hendon fueron objeto de despectiva desatención, y ni siquiera<br />
fueron dignas de tenerse en cuenta.<br />
Camino d<strong>el</strong> castigo iba furioso y amenazando, pero de nada<br />
le valió. Los alguaciles le conducían rudamente y además le<br />
daban de cuando en cuando un golpe por su irreverente conducta.<br />
No pudo <strong>el</strong> rey atravesar por entre la chusma que se agrupaba<br />
detrás de <strong>el</strong>los, y así se vio obligado a seguir a retaguardia, lejos<br />
de su amigo y servidor. Poco había faltado para que <strong>el</strong> rey se<br />
viera también condenado al cepo por ir en tan mala compañía,<br />
pero había sido libre con un sermón y una advertencia en atención<br />
a su mocedad. Cuando por fin se detuvo la chusma, <strong>el</strong> rey se<br />
dirigió de uno a otro lado en busca de un sitio para poder<br />
) 93 (<br />
atravesarla y al fin lo consiguió, después de muchas dificultades.<br />
Allí estaba su pobre servidor, en <strong>el</strong> degradante cepo, expuesto a<br />
las mofas de una sucia muchedumbre; ¡él, <strong>el</strong> servidor d<strong>el</strong> rey de<br />
Inglaterra! Eduardo había oído pronunciar la sentencia, pero no<br />
se hacía cargo de lo que significaba. Su cólera empezó a<br />
inflamarse a medida que lo maltrataban y llegó a su paroxismo<br />
cuando vio que un huevo cruzaba <strong>el</strong> aire y se estr<strong>el</strong>laba en la<br />
mejilla de Hendon en tanto que la muchedumbre rugía de júbilo<br />
ante <strong>el</strong> episodio. El rey cruzó <strong>el</strong> círculo abierto en torno d<strong>el</strong> preso<br />
y se puso d<strong>el</strong>ante d<strong>el</strong> alguacil que le custodiaba, gritando:<br />
–¡Esto es vergonzoso! ¡Es mi criado! ¡Déjale libre! ¡Yo soy<br />
<strong>el</strong>...!<br />
–¡Calla! –exclamó Hendon, asaltado de terror–. ¡Calla, que<br />
te perderás! No le hagas caso, alguacil. Está loco.<br />
–No te incomodes porque yo le haga caso, buen hombre,<br />
pues no tengo <strong>el</strong> menor deseo de hacerlo. Pero a lo que sí me<br />
siento inclinado es a darle una lección. –Y volviéndose a un<br />
subordinado le dijo–: Hazle probar a ese necio una o dos veces<br />
<strong>el</strong> látigo, para que se enmiende.<br />
–Media docena de veces estará mejor –apuntó sir Hugo, que<br />
había llegado un momento antes a caballo para echar un vistazo<br />
a lo que ocurría.<br />
Cogieron al rey, <strong>el</strong> cual no se resistió siquiera, tan paralizado<br />
estaba ante la mera idea d<strong>el</strong> monstruoso ultraje que se quería<br />
infligir a su sagrada persona. Ya estaba la Historia manchada<br />
con <strong>el</strong> recuerdo de un rey inglés azotado con látigo, y era cosa<br />
intolerable pensar que él había de constituir la segunda edición<br />
de aqu<strong>el</strong>la vergonzosa página. Se hallaba cogido y no tenía quien<br />
le defendiera; no le quedaba otro recurso que aceptar <strong>el</strong> castigo<br />
o rogar que se le perdonara. ¡Duro dilema! Se llevaría los azotes,<br />
porque un rey puede sufrirlos, pero no debe suplicar.<br />
Mas entretanto. Miles Hendon estaba resolviendo la dificultad.<br />
–¡Dejad en paz al pobre niño –dijo–, perros desalmados! ¿No