el principe y el mendigo - Educando
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MARK TWAIN EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO<br />
como comestibles de lujo.* Se le contestó con profundo respeto,<br />
y sin manifestar sorpresa.<br />
Cuando terminó <strong>el</strong> postre se llenó los bolsillos de nueces,<br />
nadie pareció advertirlo. Pero después, <strong>el</strong> mismo Tomás se sintió<br />
inquieto, porque era aqu<strong>el</strong>lo lo único que se había servido por sí<br />
mismo durante la comida, y no dudo de que había cometido un<br />
acto incorrecto.<br />
Terminada la comida, se le acercó uno de aqu<strong>el</strong>los lores y<br />
puso d<strong>el</strong>ante de él un cuenco de oro, ancho y poco profundo,<br />
conteniendo olorosa agua de rosas, para que se limpiara los labios<br />
y los dedos con <strong>el</strong>la; milord <strong>el</strong> colocador hereditario de baberos<br />
permaneció a su lado con la servilleta preparada, Tomás se quedó<br />
un instante mirando perplejo al cuenco, y luego se lo llevó a los<br />
labios, y bebió con mucha seriedad un trago. Después se lo<br />
devolvió al lord que se lo había servido, y le dijo:<br />
–No señor, no es de mi gusto, hu<strong>el</strong>e muy bien, pero <strong>el</strong> sabor<br />
es insípido.<br />
Esta nueva excentricidad d<strong>el</strong> cerebro dañado d<strong>el</strong> príncipe<br />
llenó de dolor a todos, pero <strong>el</strong> triste espectáculo no despertó <strong>el</strong><br />
regocijo de nadie.<br />
El siguiente traspié de Tomás consistió en levantarse y<br />
retirarse de la mesa en <strong>el</strong> preciso momento en que <strong>el</strong> cap<strong>el</strong>lán,<br />
que se había colocado detrás de su silla, con las manos en alto y<br />
los ojos cerrados también en alto, se disponía a empezar su acción<br />
de gracias. Pero nadie pareció tampoco haber caído en la cuenta<br />
de que <strong>el</strong> príncipe hubiera cometido ningún acto anormal.<br />
A petición propia, nuestro amiguito fue conducido luego a<br />
su despacho particular, donde lo dejaron solo, para que hiciera<br />
lo que bien le pareciera. Colgadas de ganchos en <strong>el</strong> artesonado<br />
de roble estaban las diferentes piezas integrantes de una brillante<br />
armadura de acero, adornada con b<strong>el</strong>los dibujos exquisitamente<br />
incrustados de oro, Tomás se puso las espinilleras, los guantes,<br />
<strong>el</strong> y<strong>el</strong>mo empenachado y las demás piezas que pudo colocarse<br />
© Pehuén Editores, 2001<br />
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sin ayuda de nadie, y estuvo un momento a punto de llamar a<br />
alguien para que le echara una mano a fin de dar término a la<br />
tarea. Se acordó de las nueces que había cogido en la mesa, y<br />
pensó en la alegría de comerlas sin tener clavados en él los ojos<br />
de una multitud, y sin nobles con cargos hereditarios que le<br />
molestaran con sus inútiles servicios, volvió, pues, a colocar<br />
aqu<strong>el</strong>las lindas cosas en su sitio y no tardó en estar partiendo<br />
nueces, sintiéndose casi f<strong>el</strong>iz, con una f<strong>el</strong>icidad espontánea, desde<br />
que Dios le había convertido por sus pecados en príncipe. Una<br />
vez que hubo despachado las nueces, tropezó con algunos libros<br />
que había en un armario, uno trataba de la etiqueta de la Corte<br />
inglesa. Aqu<strong>el</strong>lo era un tesoro. Se tumbó en un diván y se dedicó<br />
a instruirse.