el principe y el mendigo - Educando
el principe y el mendigo - Educando
el principe y el mendigo - Educando
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
MARK TWAIN EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO<br />
El ermitaño observó y escuchó un instante, sin cambiar de<br />
postura y sin respirar apenas. Por fin bajó lentamente <strong>el</strong> brazo y<br />
se apartó diciendo:<br />
–Ha pasado ya la medianoche. No vaya a ser que grite si por<br />
acaso pasa alguien.<br />
Volvió a su aposento, recogió aquí un andrajo, allá unas<br />
tenazas y allá otro harapo, y después volvió y con la mayor<br />
precaución se las compuso para atar los tobillos d<strong>el</strong> rey sin<br />
despertarlo. Intentó luego ligarle las muñecas e hizo varias<br />
tentativas para cruzarlas, pero <strong>el</strong> niño apartaba siempre una mano<br />
u otra en <strong>el</strong> momento en que se disponía a aplicarles la cuerda; al<br />
fin, cuando <strong>el</strong> arcáng<strong>el</strong> estaba próximo a la desesperación, <strong>el</strong> rey<br />
cruzó las manos por sí mismo y un momento después estuvieron<br />
atadas. El ermitaño le pasó luego una venda bajo la barbilla y<br />
por encima de la cabeza, donde la ató fuerte y con tanta suavidad,<br />
tan despacio y haciendo los nudos tan diestramente y con tanta<br />
fuerza, que <strong>el</strong> niño siguió durmiendo tranquilamente, sin dar<br />
señales de vida.<br />
© Pehuén Editores, 2001<br />
) 71 (<br />
HENDON EL SALVADOR<br />
EL ANCIANO SE APARTÓ, AGACHADO, con paso leve, como un<br />
gato, y acercó <strong>el</strong> banco. En él se sentó con medio cuerpo<br />
expuesto a la débil y vacilante luz y <strong>el</strong> otro medio en las<br />
sombras; y así, con los ávidos ojos clavados en <strong>el</strong> dormido niño,<br />
prosiguió su paciente v<strong>el</strong>a, sin cuidarse d<strong>el</strong> transcurso d<strong>el</strong> tiempo<br />
y sin cesar de afilar suavemente <strong>el</strong> cuchillo, en tanto que no paraba<br />
de refunfuñar y hacer gestos, por su aspecto y su actitud no parecía<br />
sino una araña horrible y misteriosa, que se ensañara sobre un<br />
desdichado insecto indefenso caído en su t<strong>el</strong>a.<br />
Después de largo tiempo, <strong>el</strong> viejo, observó de pronto que<br />
los ojos d<strong>el</strong> niño estaban abiertos y que se clavaban con h<strong>el</strong>ado<br />
terror en <strong>el</strong> cuchillo. Una sonrisa de diablo satisfecho asomó al<br />
semblante d<strong>el</strong> ermitaño, que dijo sin cambiar de actitud ni<br />
ocupación:<br />
–Hijo de Enrique VIII, ¿has rezado?<br />
El niño luchó impotente contra sus ligaduras y al propio<br />
tiempo profirió por entre las cerradas mandíbulas un sonido<br />
ahogado, que <strong>el</strong> ermitaño quiso interpretar como respuesta<br />
afirmativa a su pregunta:<br />
–Entonces reza otra vez, reza la oración de los moribundos.<br />
Se estremeció <strong>el</strong> cuerpo de Eduardo, cuya faz palideció.