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el principe y el mendigo - Educando

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MARK TWAIN EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO<br />

en <strong>el</strong> instante en que no se da cuenta de que las lleva. Tomás<br />

recordó sus instrucciones y respondió a los saludos con una leve<br />

inclinación de cabeza y un cortés,<br />

–Gracias, mi buen pueblo.<br />

Se sentó a la mesa sin quitarse la gorra, y lo hizo sin <strong>el</strong> menor<br />

embarazo, porque <strong>el</strong> comer con la goces puesta era la única<br />

costumbre regia en que los reyes y los Canty se hallaban en terreno<br />

común, ya que ninguno de <strong>el</strong>los aventajaba a los otros en materia<br />

de antigua familiaridad con la gorra. Rompió filas <strong>el</strong> cortejo,<br />

se agrupó pintorescamente, y todos permanecieron con las<br />

cabezas desnudas.<br />

Al son de alegre música entraron luego los alabarderos de<br />

palacio, los hombres más altos y más fuertes de Inglaterra, que<br />

eran cuidadosamente escogidos al efecto, pero es mejor que <strong>el</strong><br />

cronista nos siga contando:<br />

«Entraron los alabarderos de palacio, desnuda la cabeza<br />

vestidos de escarlata con rosas de oro en la espalda, y éstos fueron<br />

y vinieron trayendo cada vez una serie de manjares, servidos en<br />

vajilla de plata. Estos manjares eran recibidos por un caballero,<br />

en <strong>el</strong> mismo orden en que los traían, y colocados sobre la mesa,<br />

en tanto que <strong>el</strong> catador daba a comer a cada guardia, d<strong>el</strong> plato<br />

que había traído, por temor al veneno».<br />

Hizo Tomás una buena comida, aunque se daba cuenta de<br />

que centenares de ojos seguían cada bocado hasta sus labios y le<br />

miraban comérs<strong>el</strong>o, con un interés que no habría sido más intenso<br />

si se hubiera tratado de un mortífero explosivo y hubieran<br />

esperado que volara <strong>el</strong> rey y esparciera sus pedazos por <strong>el</strong> recinto.<br />

Cuidaba Tomás de no apresurarse, y también cuidaba de no hacer<br />

nada por sí mismo, sino de esperar a que <strong>el</strong> funcionario competente<br />

se arrodillara ante él y lo hiciese. Salió d<strong>el</strong> paso sin un error:<br />

¡Impecable y preciado triunfo!<br />

Cuando al fin terminó la comida y salió Tomás en medio de<br />

su brillante séquito, con los oídos atronados por <strong>el</strong> clamor de las<br />

© Pehuén Editores, 2001<br />

) 54 (<br />

trompetas y de miles de aclamaciones, se dijo que, si ya había<br />

pasado lo peor de comer en público, era aqu<strong>el</strong>la una prueba que<br />

soportaría varias veces cada día, si con <strong>el</strong>lo podía liberarse de<br />

algunas de las más terribles necesidades d<strong>el</strong> oficio real.

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