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el principe y el mendigo - Educando

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MARK TWAIN EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO<br />

veis cuán joven y débil es? Dejadle, que yo me llevaré sus azotes.<br />

–¡Hombre! ¡Buena idea! Te lo agradezco –dijo sir Hugo, con<br />

<strong>el</strong> rostro r<strong>el</strong>uciente de irónica satisfacción–. Dejad tranquilo al<br />

rapaz y, en su lugar, dadle a ese hombre una docena de azotes,<br />

una docena y bien sentados.<br />

Iba <strong>el</strong> rey a formular una enérgica protesta, pero sir Hugo le<br />

hizo callar con esta piadosa observación.<br />

–Habla y desahógate, pero ten en cuenta que por cada palabra<br />

que pronuncies, se llevará seis golpes más.<br />

Quitaron a Hendon d<strong>el</strong> cepo y le desnudaron la espalda, y<br />

mientras le aplicaban <strong>el</strong> látigo, <strong>el</strong> pobre reyecito apartó la cara y<br />

dejó que por sus mejillas corrieran las lágrimas.<br />

«¡Ah, corazón valeroso! –se dijo–. Este acto de lealtad no se<br />

borrará nunca de mi memoria. Y yo no lo olvidaré, pero <strong>el</strong>los<br />

tampoco» agregó, con ira.<br />

Mientras meditaba, la magnánima conducta de Hendon fue<br />

adquiriendo dimensiones cada vez más grandes en su mente, al<br />

propio tiempo que su agradecimiento. De pronto se dijo:<br />

«El que salva a un príncipe de una herida y de una muerte probable...<br />

y eso es lo que ha hecho él por mí..., realiza un alto servicio,<br />

pero eso es muy poco, eso no es nada, eso es menos que nada,<br />

comparado con una acción que salva a su príncipe de la vergüenza».<br />

No profirió Hendon un grito mientras le azotaban y soportó<br />

los recios golpes con fortaleza. Esto, unido al acto de haber<br />

librado al príncipe sometiéndose voluntariamente a los azotes<br />

en su lugar, le valió <strong>el</strong> respeto aun de aqu<strong>el</strong>la chusma abyecta y<br />

degradada que allí se reunía, y sus burlas y chanzas terminaron y<br />

no quedó otro son que <strong>el</strong> son de los golpes. El silencio que invadió<br />

<strong>el</strong> lugar, cuando Hendon se encontró una vez más en <strong>el</strong> cepo,<br />

formaba rudo contraste con los insultantes clamores que habían<br />

dominado tan poco antes. Eduardo se acercó despacito al lado<br />

de Hendon y le dijo al oído:<br />

–El rey no puede ennoblecerte, ¡oh alma grande y generosa!,<br />

© Pehuén Editores, 2001<br />

) 94 (<br />

porque un Ser que está más alto que los reyes lo ha hecho ya,<br />

pero un rey puede confirmar tu nobleza ante los hombres. –Cogió<br />

<strong>el</strong> látigo d<strong>el</strong> su<strong>el</strong>o, tocó levemente con él las ensangrentadas<br />

espaldas de Hendon, y cuchicheó–:<br />

¡Eduardo, rey de Inglaterra, te hace conde!<br />

Hendon se sintió conmovido y se agolpó <strong>el</strong> llanto a sus ojos,<br />

pero al propio tiempo, la terrible comicidad de la situación y de<br />

las circunstancias minó de tal manera su gravedad, que hubo de<br />

hacer grandes esfuerzos para que no se trasluciera al exterior<br />

ningún signo de su alegría interna. Verse de pronto, desnudo y<br />

manando sangre, <strong>el</strong>evado desde <strong>el</strong> cepo de los d<strong>el</strong>incuentes hasta<br />

la altitud y esplendor agrestes de un condado, le parecía la cosa<br />

más disparatada en <strong>el</strong> terreno de lo grotesco.<br />

«Vanos orop<strong>el</strong>es son los míos se dijo–. ¡El caballero espectral<br />

d<strong>el</strong> reino de los sueños y de las sombras se ha convertido en un<br />

conde espectral!... ¡Vertiginoso vu<strong>el</strong>o para unas alas entumecidas!<br />

Si esto continúa no tardaré en verme adornado como un auténtico<br />

Palo Mayo, con sus colores fantásticos y honores de mentira. No<br />

obstante, sabré apreciarlos, a pesar de lo vanos que son, por<br />

amor al que me los concede. Son mejores estas pobres y falsas<br />

dignidades mías, que vienen sin pedirlas de unas manos puras y<br />

de un espíritu recto, que las dignidades verdaderas compradas<br />

por <strong>el</strong> servilismo a un poder interesado y perverso».<br />

El temido sir Hugo hizo dar vu<strong>el</strong>ta a su caballo y, cuando se<br />

alejaba, la humana muralla se separó en silencio para abrirle paso<br />

y con <strong>el</strong> mismo silencio volvió a unirse, y así permaneció. Nadie<br />

osó aventurar una observación en favor d<strong>el</strong> preso ni en alabanza<br />

suya. Mas no importaba: la ausencia de insultos era en sí misma<br />

suficiente homenaje. Un curioso retrasado que, no enterado de<br />

las circunstancias, se permitió dirigir al “impositor” una pulla,<br />

que se disponía a acompañar arrojándole un gato muerto, fue<br />

prontamente derribado y despedido a puntapiés sin palabra<br />

alguna, y la calma volvió, a imperar.

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