Miguel Ángel Fernández Delgado - INEHRM
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ideología liberal aplicaba a la religión institucionalizada<br />
el criterio cientificista de la<br />
época, aunque cuidándose, con enorme escrúpulo,<br />
de no herir las creencias y dogmas<br />
religiosos, que nunca había abandonado.<br />
Poco después de que el presidente Gómez<br />
Farías intentara la primera reforma liberal,<br />
la legislatura de Jalisco trató de hacer lo propio<br />
con una ley de bienes de manos muertas,<br />
al amparo del artículo 7º de la Constitución<br />
estatal de 1825, que consideraba los bienes<br />
del clero bajo un régimen distinto al consagrado<br />
por el derecho canónico.<br />
En uno de sus discursos de juventud,<br />
pronunciado en 1850, Ignacio L. Vallarta<br />
se preguntó: ¿Tiene la potestad secular poder<br />
para impedir la enajenación de los bienes eclesiásticos?,<br />
en donde comenzó por distinguir<br />
los asuntos de la competencia exclusiva de la<br />
Iglesia —dogmas y sacramentos—, los civiles<br />
y los mixtos. Entre estos últimos enumeró la<br />
enajenación de sus bienes; para conseguirlos<br />
sería necesario combinar las esferas de<br />
acción de las dos potestades, ejerciendo su<br />
jurisdicción correspondiente, en virtud de la<br />
naturaleza mixta de la materia, con el fin de<br />
probar que la autoridad civil podía intervenir<br />
el derecho de propiedad del clero, según<br />
explica en los siguientes párrafos:<br />
Cuando se trata de cuestiones como la presente,<br />
debemos consultar ciertamente el<br />
espíritu de la Iglesia, atender a las instrucciones<br />
que Jesucristo le dejó dadas. ¿Esa<br />
sociedad, pues, que llamamos Iglesia, tiende<br />
a la ruina o al menos al daño de los Estados?<br />
¿Se puede sostener que las leyes benéficas<br />
que de ellos emanan, puedan alguna vez<br />
convertirse en dañosas para las sociedades?<br />
¿Se dirá que ella que ha hecho florecer los<br />
Estados, que ha civilizado los pueblos, ella<br />
a cuya benéfica influencia se ha elevado el<br />
genio, descubriendo las más grandes e importantes<br />
verdades sociales, disputa a los<br />
soberanos una facultad de la que pende la<br />
existencia del Estado? ¿Y Jesucristo autorizaría<br />
tal procedimiento? ¿No querría mejor<br />
que tanto la potestad que él dejó establecida<br />
en la tierra y la que llamamos civil o política,<br />
se uniesen, se combinasen, para que tanto<br />
la Iglesia como la nación, llegasen sin obstáculo<br />
a su fin? Y cuando divididas éstas, alguna<br />
de ellas por un camino contrario quisiese, ya<br />
la ruina de la Iglesia, ya la del Estado, a esta<br />
dijo violadora de las leyes, ¿no fulminaría el<br />
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