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Miguel Ángel Fernández Delgado - INEHRM

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anatema? La claridad de estas cuestiones me<br />

exime del trabajo de insistir en ellas.<br />

Por lo expuesto, me parece haber demostrado:<br />

1) la necesidad de la conservación de<br />

los bienes eclesiásticos, conservación en que<br />

están interesadas las potestades eclesiásticas<br />

y secular; 2) la injerencia que las potestades<br />

seculares católicas deben tener en las indebidas<br />

enajenaciones de ellos, como opuestos a<br />

su conservación; 3) la independencia de la<br />

potestad eclesiástica no es atacada con estas<br />

prohibiciones; 4) el espíritu de la Iglesia católica,<br />

conservadora de las sociedades, da a<br />

los legisladores semejante potestad, cuando<br />

las circunstancias o intereses del Estado así<br />

lo exijan...<br />

Las autoridades eclesiásticas no podían quedar<br />

cruzadas de brazos mientras veían avanzar<br />

esta forma de pensamiento. Trataron de<br />

contener la circulación de obras que consideraban<br />

inmorales, en primer lugar de los<br />

pensadores ilustrados franceses, y señaladamente<br />

las de Voltaire y Jean Jacques Rousseau.<br />

Durante la invasión estadounidense,<br />

Diego de Aranda, obispo de Guadalajara,<br />

publicó, en diciembre de 1848, una carta<br />

pastoral sobre lectura de libros y escritos<br />

prohibidos por contener doctrinas antirreligiosas<br />

o impropias para la moral cristiana.<br />

Previno también contra los excesos en<br />

la libertad de pensar y escribir en materia<br />

religiosa y moral. Como, al parecer, esta primera<br />

carta no surtió los efectos deseados, en<br />

enero de 1849 publicó una nueva, insistiendo<br />

en el peligro que representaba para la pureza<br />

de la fe la lectura de doctrinas erróneas<br />

y renovó las prohibiciones, explicando que<br />

la Iglesia no era enemiga del progreso sino<br />

de la ciencia que transforma a la razón en<br />

medida de toda verdad.<br />

Junto con algunos amigos de antaño,<br />

como Jesús L. Camarena y José María Vigil,<br />

Vallarta y otros colegas —Epitacio J.<br />

de los Ríos, <strong>Miguel</strong> Cruz Ahedo y Urbano<br />

Gómez— crearon el periódico La Revolución,<br />

en el cual confesaron un catolicismo<br />

que de ningún modo debía confundirse<br />

con los intereses conservadores. Pedro Espinosa,<br />

obispo de Guadalajara, los condenó<br />

calificándolos de “iconoclastas”, por manifestar<br />

abiertamente su regalismo. En respuesta,<br />

los jóvenes se declararon en contra<br />

del derrotado “despotismo teocrático mili-<br />

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