el camino del rosario - FUNDACIÓN OBRA CULTURAL Roger de
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Cuentan que cierto caballero muy <strong>de</strong>voto <strong>de</strong> la Virgen tenía la costumbre <strong>de</strong> tejer<br />
diariamente con sus manos una corona <strong>de</strong> cincuenta rosas y con <strong>el</strong>la coronar luego una estatua<br />
<strong>de</strong> la Virgen. Esto le llenaba <strong>de</strong> emoción, <strong>de</strong> modo que su fe se hacía cada día más ardiente. La<br />
Virgen premió su constancia y fid<strong>el</strong>idad llamándole a consagrarse completamente al Evang<strong>el</strong>io,<br />
<strong>de</strong> modo que se hizo monje en cierto monasterio.<br />
Fue allí hermano lego y su prior lo <strong>de</strong>dicó a las duras labores d<strong>el</strong> campo, <strong>de</strong> modo que<br />
no le quedaba tiempo para continuar realizando su piadosa costumbre: ya no podía <strong>de</strong>dicarse a<br />
hacer coronas <strong>de</strong> rosas porque no disponía <strong>de</strong> tiempo lo que le llenaba <strong>de</strong> congoja y<br />
<strong>de</strong>sasosiego.<br />
Cierto anciano monje <strong>de</strong> su monasterio le sugirió que sustituyese su ofrenda <strong>de</strong> flores por<br />
una corona espiritual formada por cincuenta avemarías. Y así empezó a hacerlo, pero no daba<br />
con <strong>el</strong>lo paz a su alma, y sentía nostalgia <strong>de</strong> aqu<strong>el</strong>los días en que como caballero secular podía<br />
<strong>de</strong>dicar aqu<strong>el</strong>las hermosas horas al cultivo <strong>de</strong> sus rosas y al trenzado <strong>de</strong> su corona. Una extraña<br />
tristeza le invadía, tanto que pensó si <strong>de</strong>bía abandonar <strong>el</strong> monasterio para honrar mejor a la<br />
Virgen. Probablemente a <strong>el</strong>la, como a él mismo, le parecería poco sustituir las b<strong>el</strong>lísimas y tan<br />
costosas rosas por simples y breves avemarías. De todas formas pensó que <strong>de</strong>bía por lo menos<br />
seguir la recitación y continuar fi<strong>el</strong> a <strong>el</strong>la a pesar <strong>de</strong> su inquietud y sus dudas.<br />
El caso es que en cierta ocasión <strong>el</strong> prior d<strong>el</strong> monasterio le envió a la ciudad con un cierto<br />
dinero para po<strong>de</strong>r hacer las compras correspondientes, y allí marchó montado en su cabalgadura.<br />
Al caer la tar<strong>de</strong> recordó que aún no había cumplido su <strong>de</strong>uda <strong>de</strong> oraciones. Descendiendo <strong>de</strong> su<br />
caballo se recogió en silencio y se puso a recitar <strong>de</strong>votamente sus cincuenta avemarías. Hete<br />
aquí que entre tanto unos ladrones le observaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>el</strong> bosque. Ya estaban dispuestos a<br />
abalanzarse sobre él a robarle, cuando se vieron <strong>de</strong>tenidos en su malvado intento por una<br />
sorpren<strong>de</strong>nte y maravillosa visión. Mientras <strong>el</strong> hermano, orando <strong>de</strong> rodillas iba piadosamente<br />
recitando sus avemarías, se plantó ante él una hermosísima dama <strong>de</strong> extraordinaria b<strong>el</strong>leza,<br />
dignidad y dulzura. A medida que <strong>el</strong> monje iba rezando, tomaba la dama en sus manos unas<br />
flores que <strong>de</strong> los labios d<strong>el</strong> caballero iban misteriosamente brotando. Cuando terminó <strong>el</strong> número<br />
establecido <strong>de</strong> avemarías, aqu<strong>el</strong>la b<strong>el</strong>la señora terminó <strong>de</strong> formar una d<strong>el</strong>icada corona con la que<br />
<strong>de</strong>spués ciñó su cabeza para a continuación <strong>de</strong>saparecer.<br />
Los bandidos, tremendamente conmovidos, se echaron a los pies d<strong>el</strong> hermano, que<br />
precisamente no había visto absolutamente nada, y le confesaron todo. El monje quedó<br />
vivamente impresionado y sintió un gran consu<strong>el</strong>o. Comprendió entonces que aqu<strong>el</strong>la mujer no<br />
era otra que la Madre <strong>de</strong> Dios, la cual aceptaba su ofrenda y premiaba así su generosa fid<strong>el</strong>idad.<br />
Se trata <strong>de</strong> una pura -y muy hermosa- leyenda. Lo cual no quiere <strong>de</strong>cir que sea falsa o<br />
mentirosa. Es una leyenda r<strong>el</strong>igiosa y didáctica, para mostrar algo importante y verda<strong>de</strong>ro: que la<br />
oración tiene siempre un incalculable valor y b<strong>el</strong>leza.<br />
Justamente esta leyenda se hizo muy popular y animó a la gente a tejer coronas <strong>de</strong><br />
cincuenta rosas espirituales, esto es, <strong>de</strong> cincuenta oraciones o un «<strong>rosario</strong>». Po<strong>de</strong>mos, por tanto,<br />
hablar d<strong>el</strong> nombre acuñado para esta famosa oración. En efecto, la palabra «<strong>rosario</strong>» proce<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />
«rosa».<br />
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