el camino del rosario - FUNDACIÓN OBRA CULTURAL Roger de
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Llegó <strong>el</strong> 25 <strong>de</strong> marzo; a las cuatro <strong>de</strong> la mañana fue Bernardita a la gruta, había<br />
terminado una <strong>de</strong>cena d<strong>el</strong> Rosario, cuando se presentó la Reina d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o. ¿Quién sois, Señora?;<br />
le preguntó; sonrióse la Madre <strong>de</strong> Dios y no le contestó; segunda y tercera vez insistió la jovencita<br />
en su petición; entonces la Reina y Madre <strong>de</strong> misericordia, que inspiraba aqu<strong>el</strong>los vehementes<br />
<strong>de</strong>seos, extendió hacia abajo los brazos, miró al ci<strong>el</strong>o, levantó las manos y las juntó sobre <strong>el</strong><br />
pecho, y con voz dulcísima, con la mayor humildad y agra<strong>de</strong>cimiento, exclamó:<br />
-Yo soy, la Inmaculada Concepción. Di a los sacerdotes que edifiquen aquí una capilla.<br />
Pi<strong>de</strong>n, Señora, un milagro. Sonrióse la Inmaculada y <strong>de</strong>sapareció. Hacía cuatro años Pío<br />
IX había <strong>de</strong>finido, como dogma <strong>de</strong> fe, que la Madre <strong>de</strong> Jesús, en <strong>el</strong> primer instante <strong>de</strong> su<br />
concepción, no tuvo culpa original. La Virgen dijo a Bernardita que <strong>de</strong>jase la v<strong>el</strong>a encendida,<br />
como lo hizo.<br />
El 7 <strong>de</strong> abril volvió a la gruta la jovencita, encendió una v<strong>el</strong>a y rezó <strong>el</strong> Rosario. Tres<br />
cuartos <strong>de</strong> hora estuvo en éxtasis. Sonreía a cada instante.<br />
El 16 <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 1858, fiesta d<strong>el</strong> Carmen, fue la última aparición. Cuando pedían a Santa<br />
Bernardita que compusiese una oración, respondía: El Rosario es mi oración predilecta.<br />
22.- El mensaje <strong>de</strong> la Virgen en Fátima<br />
El Ang<strong>el</strong> <strong>de</strong> Portugal<br />
En la primavera <strong>de</strong> 1916 rezaban <strong>el</strong> Rosario Lucía, Jacinta y Francisco en Aljustr<strong>el</strong>, al<strong>de</strong>a<br />
perteneciente a Fátima. Se les acerca un joven blanquísimo ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> vivísima luz.<br />
Atemorizados los niños, «no temáis, les dice, soy <strong>el</strong> Áng<strong>el</strong> <strong>de</strong> la paz, rezad conmigo». Inclinó su<br />
cabeza hasta <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o con mucha reverencia y dijo: «Dios mío: yo creo adoro, espero y te amo, te<br />
pido perdón por los que no creen, adoran, esperan y no te aman».<br />
Al poco tiempo se aparece otra vez <strong>el</strong> Áng<strong>el</strong> a los niños, y les dice: «Rezad, rezad mucho.<br />
Los Corazones <strong>de</strong> Jesús y María tienen sobre vosotros <strong>de</strong>signios <strong>de</strong> misericordia. Ofreced<br />
constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios».<br />
Nuevamente ven al Áng<strong>el</strong>. En una mano trae un cáliz y encima la hostia consagrada. De<br />
<strong>el</strong>la caen gotas <strong>de</strong> sangre en <strong>el</strong> cáliz. Lo <strong>de</strong>ja en <strong>el</strong> aire, se arrodilla al lado <strong>de</strong> los niños, que<br />
repiten con él esta oración: «Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro<br />
profundamente y te ofrezco <strong>el</strong> precioso cuerpo, sangre, alma y divinidad <strong>de</strong> Jesucristo, presente<br />
en todos los sagrarios <strong>de</strong> la tierra. Te los ofrezco en reparación <strong>de</strong> los ultrajes, sacrilegios e<br />
indiferencia con que Jesús es ofendido. Te pido, por los méritos infinitos d<strong>el</strong> Sagrado Corazón <strong>de</strong><br />
Jesús y d<strong>el</strong> Inmaculado <strong>de</strong> María, la conversión <strong>de</strong> los pecadores».<br />
Se levantó <strong>el</strong> Áng<strong>el</strong>, dio la hostia a Lucía v distribuyó lo que había en <strong>el</strong> cáliz entre<br />
Francisco y Jacinta, diciendo: «Tomad <strong>el</strong> cuerpo y la sangre <strong>de</strong> nuestro Señor Jesucristo,<br />
ultrajado horriblemente por los hombres ingratos: reparad sus crímenes y consolad a vuestro<br />
Dios».<br />
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