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sobre las siete palabras pronunciadas por cristo en ... - Corazones.org

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si Dios Todopoderoso considerase esta recomp<strong>en</strong>sa como de pequeńo o ningún valor, el feliz<br />

mercader que negocia bi<strong>en</strong>es terr<strong>en</strong>os <strong>por</strong> celestiales recibirá <strong>en</strong> el próximo mundo la vida<br />

eterna, <strong>en</strong> la cual palabra está cont<strong>en</strong>ido un océano de todo lo bu<strong>en</strong>o.<br />

Tal, pues, es la manera <strong>en</strong> que Cristo, el gran Rey, muestra su liberalidad a aquellos que se dan<br />

a su servicio sin reservas. żNo son acaso necios aquellos hombres que, dejando de lado la<br />

bandera de Monarca como este, desean hacerse esclavos de Mamón, de la gula, de la lujuria?<br />

Pero aquellos que no sab<strong>en</strong> qué cosas Cristo considera ser verdaderas riquezas, podrían decir<br />

que estas promesas son meras <strong>palabras</strong>, pues muchas veces hallamos que Sus amigos queridos<br />

son pobres, escuálidos, abyectos y sufridos, y <strong>por</strong> el otro lado, nunca vemos esta recomp<strong>en</strong>sa<br />

c<strong>en</strong>tuplicada que se proclama como tan verdaderam<strong>en</strong>te magnífica. Así es: el hombre carnal<br />

nunca verá el ci<strong>en</strong>to <strong>por</strong> uno que Cristo ha prometido, <strong>por</strong>que no ti<strong>en</strong>e ojos con los cuales<br />

pueda verlo; ni participará jamás <strong>en</strong> ese gozo sólido que <strong>en</strong>g<strong>en</strong>dra una pura conci<strong>en</strong>cia y un<br />

verdadero amor de Dios. Aduciré, sin embargo, un ejemplo para mostrar que incluso un<br />

hombre carnal puede apreciar los deleites espirituales y <strong>las</strong> riquezas espirituales. Leemos <strong>en</strong> un<br />

libro de ejemplos acerca de los hombres ilustres de la Ord<strong>en</strong> Cisterci<strong>en</strong>se, que un cierto<br />

hombre noble y rico, llamado Arnulfo, dejó toda su fortuna y se convirtió <strong>en</strong> monje<br />

Cisterci<strong>en</strong>se, bajo la autoridad de San Bernardo. Dios probó la virtud de este hombre mediante<br />

los amargos dolores de muchos tipos de sufrimi<strong>en</strong>tos, particularm<strong>en</strong>te hacia el final de su vida;<br />

y <strong>en</strong> una ocasión, cuando estaba sufri<strong>en</strong>do más agudam<strong>en</strong>te que de costumbre, clamó con voz<br />

fuerte: “Todo lo que has dicho, Oh Seńor Jesús, es verdad”. Al preguntarle los que estaban<br />

pres<strong>en</strong>tes, cuál era la razón de su exclamación, replicó:<br />

“El Seńor, <strong>en</strong> su Evangelio, dice que aquellos que dejan sus riquezas y todas <strong>las</strong> cosas <strong>por</strong> Él,<br />

recibirán el ci<strong>en</strong>to <strong>por</strong> uno <strong>en</strong> esta vida, y después la vida eterna. Yo <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do largam<strong>en</strong>te la<br />

fuerza y gravedad de esta promesa, y yo reconozco que ahora estoy recibi<strong>en</strong>do el ci<strong>en</strong>to <strong>por</strong><br />

uno <strong>por</strong> todo lo que dejé. Verdaderam<strong>en</strong>te, la gran amargura de este dolor me es tan plac<strong>en</strong>tera<br />

<strong>por</strong> la esperanza de la Divina misericordia que se me ext<strong>en</strong>derá a causa de mis sufrimi<strong>en</strong>tos,<br />

que no cons<strong>en</strong>tiría ser liberado de mis dolores <strong>por</strong> ci<strong>en</strong> veces el valor de la materia mundana<br />

que dejé. Porque, verdaderam<strong>en</strong>te, la alegría espiritual que se c<strong>en</strong>tra <strong>en</strong> la esperanza de lo que<br />

v<strong>en</strong>drá, <strong>sobre</strong>pasa ci<strong>en</strong> veces toda la alegría mundana, que brota del pres<strong>en</strong>te”. El lector, al<br />

ponderar estas <strong>palabras</strong>, podrá juzgar qué tan grande estima ha de t<strong>en</strong>erse <strong>por</strong> la virtud v<strong>en</strong>ida<br />

del cielo de la esperanza cierta de la felicidad eterna.<br />

CAPÍTULO VI<br />

El segundo fruto que ha de ser cosechado de la consideración de la segunda Palabra<br />

dicha <strong>por</strong> Cristo <strong>sobre</strong> la Cruz<br />

El conocimi<strong>en</strong>to del poder de la Divina gracia y de la debilidad de la voluntad humana, es el<br />

segundo fruto a ser recogido de la consideración de la segunda palabra, y este conocimi<strong>en</strong>to<br />

equivale a decir que nuestra mejor política es poner toda nuestra confianza <strong>en</strong> la gracia de Dios,<br />

y desconfiar <strong>en</strong>teram<strong>en</strong>te de nuestra propia fuerza. Si algún hombre quiere conocer el poder de<br />

la gracia de Dios, que ponga sus ojos <strong>en</strong> el bu<strong>en</strong> ladrón. Era un pecador notorio, que había<br />

pecado <strong>en</strong> el perverso curso de su vida hasta el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que fue sujeto a la cruz, esto es,<br />

casi hasta el último mom<strong>en</strong>to de su vida; y <strong>en</strong> este mom<strong>en</strong>to crítico, cuando su salvación eterna<br />

estaba <strong>en</strong> juego, no había nadie pres<strong>en</strong>te para aconsejarlo o asistirlo. Pues aunque estaba <strong>en</strong><br />

gran proximidad a su Salvador, sin embargo sólo escuchaba a los sumos sacerdotes y Fariseos<br />

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