sobre las siete palabras pronunciadas por cristo en ... - Corazones.org
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“He aquí el Cordero de Dios, he aquí el que quita el pecado del mundo”[270]; y San Pedro:<br />
“Sabi<strong>en</strong>do que han sido redimidos, no con oro, ni con plata, sino con la preciosa sangre de<br />
Cristo, como cordero inmaculado y sin mancilla”[271]. Es llamado también <strong>en</strong> el Apocalipsis<br />
“el cordero que fue muerto desde el principio del mundo”[272], <strong>por</strong>que el mérito de su<br />
sacrificio fue previsto <strong>por</strong> Dios y fue <strong>en</strong> b<strong>en</strong>eficio de aquellos que vivieron antes de la v<strong>en</strong>ida<br />
de Cristo. El fuego que consume el holocausto y completa el sacrifico es el inm<strong>en</strong>so amor que,<br />
como <strong>en</strong> hoguera ardi<strong>en</strong>te, ardió <strong>en</strong> el Corazón del Hijo de Dios, y el cual <strong>las</strong> muchas aguas de<br />
su Pasión no pudieron extinguir. Finalm<strong>en</strong>te, el fruto del Sacrificio fue la expiación de los<br />
pecados para todos los hijo de Adán, o <strong>en</strong> otras <strong>palabras</strong>, la reconciliación del mundo <strong>en</strong>tero<br />
con Dios. San Juan <strong>en</strong> su primera Carta, dice: “Él es propiciación <strong>por</strong> nuestros pecados, y no<br />
tan solo <strong>por</strong> los nuestros, sino también <strong>por</strong> los de todo el mundo”[273] y esta es sólo otra<br />
manera de expresar la idea de San Juan Bautista: “He ahí el Cordero de Dios, que quita el<br />
pecado del mundo”[274]. żUna dificultad surge aquí. Como pudo Cristo ser al mismo tiempo<br />
sacerdote y víctima, puesto que era deber del sacerdote matar a la víctima? Ahora bi<strong>en</strong>, Cristo<br />
no se mató a sí mismo, ni podía hacerlo, pues si lo hubiese hecho habría cometido un<br />
sacrilegio y no ofrecido un sacrificio. Es verdad que Cristo no se mató a sí mismo, aún así<br />
ofreció un sacrificio real, <strong>por</strong>que pronta y alegrem<strong>en</strong>te se ofreció a sí mismo a la muerte <strong>por</strong> la<br />
gloria de Dios y la salvación de los hombres. Pues ni los soldados hubies<strong>en</strong> podido<br />
apreh<strong>en</strong>derlo, ni los clavos traspasado sus manos y pies, ni la muerte, aunque estuviese clavado<br />
a la Cruz, hubiese t<strong>en</strong>ido ningún poder <strong>sobre</strong> Él si el mismo no lo hubiese querido así. En<br />
consecu<strong>en</strong>cia, con gran verdad dijo Isaías: “Él se ofreció <strong>por</strong>que él mismo lo quiso”[275]; y<br />
Nuestro Seńor: “Yo doy mi vida; no me la quita ninguno, yo la doy <strong>por</strong> mí mismo”[276]. Y<br />
aún más claram<strong>en</strong>te San Pablo: “Cristo nos amó y se <strong>en</strong>tregó a sí mismo <strong>por</strong> nosotros como<br />
ofr<strong>en</strong>da y sacrificio de suave aroma”[277]. Por tanto, de manera maravillosa fue dispuesto que<br />
todo el mal, todo el pecado, todo el crim<strong>en</strong> cometido al poner a muerte a Cristo fuese<br />
cometido <strong>por</strong> Judas y los judíos, <strong>por</strong> Pilato y los soldados. Ellos no ofrecieron ningún sacrificio,<br />
sino que fueron culpables del sacrilegio, y merecían ser llamados no sacerdotes sino miserables<br />
sacrílegos. Y toda la virtud, toda la santidad, toda la obedi<strong>en</strong>cia de Cristo, que se ofreció a sí<br />
mismo como víctima a Dios al so<strong>por</strong>tar paci<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te la muerte, incluso muerte de Cruz, para<br />
poder apaciguar la ira de su Padre, reconciliar a la humanidad con Dios, satisfacer la justicia<br />
Divina, y salvar la raza caída de Adán. San León expresa de manera hermosa este p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to<br />
<strong>en</strong> pocas <strong>palabras</strong>: “Permitió que <strong>las</strong> manos impuras de los miserables se vuelvan contra Él, y<br />
se convirtieran <strong>en</strong> cooperadores con el Red<strong>en</strong>tor <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que cometían un<br />
abominable pecado”.<br />
En cuarto lugar, <strong>por</strong> la muerte de Cristo la gran lucha <strong>en</strong>tre Él mismo y el príncipe del mundo<br />
llegó a su fin. Al aludir a esta lucha, el Seńor hizo uso de estas <strong>palabras</strong>: “El juicio del mundo<br />
comi<strong>en</strong>za ahora; ahora será expulsado fuera el príncipe de este mundo. cuando sea alzado de la<br />
tierra, todo lo atraeré a mí mismo”[278]. La lucha fue judicial, no militar. La lucha fue <strong>en</strong>tre<br />
dos demandantes, no dos ejércitos rivales. Satanás disputó con Cristo la posesión del mundo,<br />
el dominio <strong>sobre</strong> la humanidad. Por largo tiempo el demonio se había lanzado ilegítimam<strong>en</strong>te a<br />
poseerlo, <strong>por</strong>que había v<strong>en</strong>cido al primer hombre, y había hecho a él y a todos sus<br />
desc<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tes esclavos suyos. Por esta razón, San Pablo llama a los demonios “principados y<br />
potestades, gobernadores de estas tinieb<strong>las</strong> del mundo”[279]. Y como dijimos antes, incluso<br />
Cristo llama al demonio “príncipe de este mundo”. Ahora el demonio no solam<strong>en</strong>te quiso ser<br />
príncipe, sino incluso el dios de este mundo, y así exclama el Salmo: “Porque todos los dioses<br />
de <strong>las</strong> naciones son demonios, pero el Seńor hizo los cielos”[280]. Satanás era adorado <strong>en</strong> los<br />
ídolos de los g<strong>en</strong>tiles, y era r<strong>en</strong>dido culto <strong>en</strong> sus sacrificios de corderos y terneros. Por otro<br />
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