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<strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine<br />
32<br />
no como crees. –Su voz perdió parte de<br />
su fuerza, pero continuó-. Yo, como tantos<br />
otros antes de mí, también sucumbí<br />
a mis propios aires de grandeza. Es la<br />
maldición de la vanidad. Tarde o temprano<br />
acaba por consumirte.<br />
- ¿A qué te refieres, bestia?<br />
La voz se tornó en un gruñido que,<br />
pese a su debilidad, siguió siendo inteligible.<br />
- Quien mata a un dragón, se convierte<br />
en uno.<br />
Volvió a reírse, esta vez con la potencia<br />
que su cercano fallecimiento le permitía.<br />
- ¡Embustero! –le acusó Gant, horrorizado-.<br />
¡No puede ser! ¡No es cierto!<br />
- Gracias por darme una muerte digna…<br />
El dragón calló, sumergiéndose en las<br />
eternas tinieblas de la muerte. El corazón<br />
de Gant, por un instante, dejó de<br />
palpitar. Consternado, se miró las manos<br />
y los brazos y vio como su piel se<br />
iba tornando de un irónico verde esmeralda.<br />
Corrió hacia el cadáver del dragón y<br />
localizó el mango de su espada. Tras un<br />
angustiado forcejeo, consiguió arrancar<br />
el metal y lo sujetó en sus manos, cuyos<br />
dedos se estaban convirtiendo en<br />
garras.<br />
Gritó con todas sus fuerzas y arremetió<br />
sin parar contra la piel del monstruo.<br />
Desesperado, comprobó que todo daba<br />
vueltas y acabó soltando el arma, que<br />
rebotó en el suelo.<br />
Se llevó las manos a la cabeza. Un dolor<br />
lumbar le avisó del crecimiento de<br />
una cola, mientras todo el cuerpo le ardía<br />
como si un fuego interior le estuviera<br />
consumiendo poco a poco.<br />
Su garganta se desgarró en un grito<br />
atormentado. Un grito por lo que nunca<br />
podría obtener. Un grito porque ya<br />
nadie le recordaría por quién era… sino<br />
por qué era. Un grito despavorido, demencial,<br />
pues sólo sería el próximo dragón<br />
en una maldición milenaria.<br />
Una maldición que, en su caso, había<br />
llevado consigo siempre.<br />
El crujido de una ramita acabó con el<br />
silencio del crepitar de su hogar.<br />
Abrió los ojos. Unos ojos ambarinos,<br />
de pupilas verticales. Fríos, oscuros,<br />
sombríos, inhóspitos.<br />
Dos caballeros le observaban con una<br />
mezcla de fascinación y terror.<br />
El rostro del dragón se contrajo y algo<br />
parecido a una sonrisa transformó sus<br />
fauces.<br />
Ahora comenzaba el juego. El juego<br />
de verdad.