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fiantes. Oí ramas detrás y me giré para<br />
hacer frente a la otra amenaza. El bosque<br />
se retorcía, vomitando dríades de<br />
los troncos de los árboles.<br />
- De nuevo rodeados –dijo Alric.<br />
- No podremos con ellas, son demasiadas.<br />
- Eso habrá que verlo.<br />
En las canciones sobre épicas gestas<br />
siempre suele haber un momento en el<br />
que los héroes se ven superados. Es esa<br />
ocasión suelen ocurrir dos cosas: o bien<br />
reciben una ayuda inesperada que les<br />
salva de la muerte, o bien sacan fuerzas<br />
de donde no las hay y, cabellos y<br />
capas al viento, se enfrentan gloriosos<br />
a la amenaza. En nuestro caso ocurrió<br />
lo segundo, aunque poco tenía de épico<br />
o glorioso. Alric vociferaba como un<br />
poseso, lleno de arañazos, con la capa<br />
rasgada, babeando de furia y soltando<br />
maldiciones. Se estampó literalmente<br />
contra las dríades, y se hizo hueco<br />
a base de hacer molinetes y giros con<br />
la espada. Las ninfas poco podían hacer<br />
contra semejante torbellino asesino,<br />
que, de habernos enfrentado a enemigos<br />
con sangre en vez de sabia, habría<br />
teñido el bosque de rojo.<br />
Los espíritus del bosque contraatacaban,<br />
alcanzando a Brewersen de vez en<br />
cuando para caer cortados por su frenética<br />
tala. Las criaturas que se encontraban<br />
a nuestra espalda decidieron unirse<br />
a la refriega y yo, encontrando poco<br />
recomendable acercarme a la ira ciega<br />
de Alric, me enfrenté a las dríades para<br />
distraerlas. Al fin y al cabo, provenía de<br />
un pueblo maderero, y estaba más que<br />
acostumbrado a cortar árboles y ramas.<br />
¿Qué peor enemigo que yo, dejando<br />
al margen a Alric, podían encontrarse<br />
aquellos seres?<br />
Ricardo Castillo - TÚNELES ALTERADOS<br />
Bueno, quizá un piromante y sus trucos<br />
de fuego.<br />
La primera dríade en llegar hasta mí<br />
lanzó dos fuertes zarpazos que me hubieran<br />
arrancado la cabeza. Yo esperé a<br />
que lanzara el segundo para pegarme<br />
a ella y lanzar el hacha en un tajo horizontal<br />
que separó la cabeza del torso. O<br />
mejor dicho, del tronco.<br />
Dos dríades más siguieron a ésta,<br />
usando sus ramas para trincharme como<br />
si fuera un conejo. Esquivé haciéndome<br />
a un lado y a otro y corté sus manos con<br />
sendos golpes de hacha. Antes de que<br />
pudieran recomponer el ataque, clavé<br />
el cuchillo en la cabeza de la que estaba<br />
adelantada y, protegiéndome con su<br />
cuerpo de los golpes de la otra, hundí el<br />
hacha en el cuello de la segunda.<br />
Cuatro criaturas más salieron a mi<br />
encuentro y me preparé para luchar a<br />
la desesperada. Estaba aguardando la<br />
primera carga cuando una mano me<br />
agarró del hombro y me arrastró hacia<br />
atrás. Tropecé dos veces antes de poder<br />
darme la vuelta y correr yo solo. Alric,<br />
que había convertido en astillas a la imponente<br />
línea de ninfas de alguna manera<br />
que jamás entenderé, me llevó a la<br />
carrera y tirando de mi hombro hacia<br />
las lindes del bosque. Podía ver a través<br />
de los troncos el terreno despejado<br />
bañado por los rayos de luna que había<br />
entre las montañas y el bosque.<br />
La densidad del sotobosque fue disminuyendo<br />
y los troncos empezaron a<br />
estar más lejos unos de otros. Cuando<br />
dejamos atrás la oscuridad de los árboles,<br />
el ruido de las raíces retorciéndose<br />
y los gruñidos de las dríades cesaron<br />
bruscamente. Miramos para atrás y<br />
nada salió de entre las sombras. Exhaustos<br />
por el esfuerzo, nos dejamos<br />
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