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Pdf Nº5 - Ánima Barda

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ecuperé la vista, el paisaje que teníamos<br />

delante me dejó confuso. No quedaba<br />

nada de los altos y helados picos<br />

de mi tierra, nada de los altos bosques<br />

de coníferas, nada de la nieve y el frío.<br />

Nos hallábamos en lo alto de una colina,<br />

con la montaña a la espalda. A nuestros<br />

pies se extendía una planicie que no tenía<br />

fin. Miraras a donde miraras se veía<br />

un mar de hierba y las suaves ondulaciones<br />

del terreno. El sol brillaba en un<br />

cielo de azul intenso, nada que ver con<br />

el tono gris del norte.<br />

- ¿Dónde estamos? –dijo Alric.<br />

- No lo sé… -contestó Rainer.<br />

El correteo de los hombres araña a<br />

nuestra espalda nos devolvió a la realidad.<br />

Sin pensárnoslo dos veces, bajamos<br />

corriendo la ladera. Un poco más<br />

adelante, al final del desnivel, alcancé a<br />

ver unas cuantas casas y una empalizada.<br />

- ¡Hacia allí! ¡Hay un pueblo! –grité.<br />

Redoblamos nuestros esfuerzos ayudados<br />

por la inclinación del terreno.<br />

Eché la vista atrás justo a tiempo para<br />

ver como la montaña vomitaba un enjambre<br />

de negros hombres araña que<br />

gritaban amenazantes y bajaban a toda<br />

velocidad. Un cuerno de guerra sonó a<br />

lo lejos.<br />

- ¡Viene del poblado! –dijo Rainer<br />

apenas sin resuello-. ¡Vamos!<br />

Las criaturas de la cueva iban demasiado<br />

deprisa para nosotros y algunas se<br />

acercaban peligrosamente. A la carrera,<br />

cogí una flecha y la disparé hacia ellos.<br />

Dio de lleno en uno, que se derrumbó<br />

haciendo tropezar a los que venían detrás.<br />

Alric se giraba haciendo barridos<br />

con la espada para mantenerlos a raya.<br />

El cuerno de guerra volvió a sonar.<br />

Los últimos pies los recorrimos lan-<br />

Ricardo Castillo - TÚNELES ALTERADOS<br />

zando flechas y espadazos a los que se<br />

acercaban demasiado. Delante teníamos<br />

una empalizada de madera del tamaño<br />

de dos hombres con gruesas puertas.<br />

Antes de llegar a la entrada, una treintena<br />

de arqueros se asomaron por encima<br />

y descargaron una andanada sobre<br />

nuestros perseguidores. Tres hombres<br />

armados con picas nos esperaban junto<br />

al portón urgiéndonos a entrar con<br />

gestos. Rainer fue el primero en llegar,<br />

y tras él entramos nosotros, acosados<br />

por los hombres araña. En cuanto hubimos<br />

pasado, las puertas se cerraron a<br />

nuestras espaldas y sonó el cuerno de<br />

guerra.<br />

Un hombre de barba blanca y porte<br />

imponente empezó a dar órdenes.<br />

- ¡Bloquead la entrada! ¡Todo el mundo<br />

a la empalizada!<br />

Debían ser, al menos, unos cincuenta<br />

hombres. No eran soldados regulares,<br />

ya que iban ataviados con algunas armaduras<br />

de cuero y con armas elementales<br />

y baratas. Me llamó la atención un<br />

hombre especialmente alto, más incluso<br />

que Alric, con un bigote que le caía a los<br />

lados de la boca y el pelo largo y castaño.<br />

Portaba una enorme alabarda.<br />

Nos encontrábamos en la calle principal<br />

del pueblo, que lo recorría de punta<br />

a punta. Las casas eran bajitas, construidas<br />

en madera clara, y en el centro de<br />

la calle se veía un pequeño promontorio<br />

que debería marcar la plaza mayor.<br />

- Os daría la bienvenida, forasteros,<br />

pero traéis la muerte a mis muros –nos<br />

dijo el de la barba blanca desenvainando<br />

una espada-. Si sobrevivís ya tendremos<br />

tiempo de presentaciones.<br />

- ¡Están trepando! –gritó alguien.<br />

- ¡Bajad todos! Los recibiremos en el<br />

suelo –ordenó el de la barba.<br />

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