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ecuperé la vista, el paisaje que teníamos<br />
delante me dejó confuso. No quedaba<br />
nada de los altos y helados picos<br />
de mi tierra, nada de los altos bosques<br />
de coníferas, nada de la nieve y el frío.<br />
Nos hallábamos en lo alto de una colina,<br />
con la montaña a la espalda. A nuestros<br />
pies se extendía una planicie que no tenía<br />
fin. Miraras a donde miraras se veía<br />
un mar de hierba y las suaves ondulaciones<br />
del terreno. El sol brillaba en un<br />
cielo de azul intenso, nada que ver con<br />
el tono gris del norte.<br />
- ¿Dónde estamos? –dijo Alric.<br />
- No lo sé… -contestó Rainer.<br />
El correteo de los hombres araña a<br />
nuestra espalda nos devolvió a la realidad.<br />
Sin pensárnoslo dos veces, bajamos<br />
corriendo la ladera. Un poco más<br />
adelante, al final del desnivel, alcancé a<br />
ver unas cuantas casas y una empalizada.<br />
- ¡Hacia allí! ¡Hay un pueblo! –grité.<br />
Redoblamos nuestros esfuerzos ayudados<br />
por la inclinación del terreno.<br />
Eché la vista atrás justo a tiempo para<br />
ver como la montaña vomitaba un enjambre<br />
de negros hombres araña que<br />
gritaban amenazantes y bajaban a toda<br />
velocidad. Un cuerno de guerra sonó a<br />
lo lejos.<br />
- ¡Viene del poblado! –dijo Rainer<br />
apenas sin resuello-. ¡Vamos!<br />
Las criaturas de la cueva iban demasiado<br />
deprisa para nosotros y algunas se<br />
acercaban peligrosamente. A la carrera,<br />
cogí una flecha y la disparé hacia ellos.<br />
Dio de lleno en uno, que se derrumbó<br />
haciendo tropezar a los que venían detrás.<br />
Alric se giraba haciendo barridos<br />
con la espada para mantenerlos a raya.<br />
El cuerno de guerra volvió a sonar.<br />
Los últimos pies los recorrimos lan-<br />
Ricardo Castillo - TÚNELES ALTERADOS<br />
zando flechas y espadazos a los que se<br />
acercaban demasiado. Delante teníamos<br />
una empalizada de madera del tamaño<br />
de dos hombres con gruesas puertas.<br />
Antes de llegar a la entrada, una treintena<br />
de arqueros se asomaron por encima<br />
y descargaron una andanada sobre<br />
nuestros perseguidores. Tres hombres<br />
armados con picas nos esperaban junto<br />
al portón urgiéndonos a entrar con<br />
gestos. Rainer fue el primero en llegar,<br />
y tras él entramos nosotros, acosados<br />
por los hombres araña. En cuanto hubimos<br />
pasado, las puertas se cerraron a<br />
nuestras espaldas y sonó el cuerno de<br />
guerra.<br />
Un hombre de barba blanca y porte<br />
imponente empezó a dar órdenes.<br />
- ¡Bloquead la entrada! ¡Todo el mundo<br />
a la empalizada!<br />
Debían ser, al menos, unos cincuenta<br />
hombres. No eran soldados regulares,<br />
ya que iban ataviados con algunas armaduras<br />
de cuero y con armas elementales<br />
y baratas. Me llamó la atención un<br />
hombre especialmente alto, más incluso<br />
que Alric, con un bigote que le caía a los<br />
lados de la boca y el pelo largo y castaño.<br />
Portaba una enorme alabarda.<br />
Nos encontrábamos en la calle principal<br />
del pueblo, que lo recorría de punta<br />
a punta. Las casas eran bajitas, construidas<br />
en madera clara, y en el centro de<br />
la calle se veía un pequeño promontorio<br />
que debería marcar la plaza mayor.<br />
- Os daría la bienvenida, forasteros,<br />
pero traéis la muerte a mis muros –nos<br />
dijo el de la barba blanca desenvainando<br />
una espada-. Si sobrevivís ya tendremos<br />
tiempo de presentaciones.<br />
- ¡Están trepando! –gritó alguien.<br />
- ¡Bajad todos! Los recibiremos en el<br />
suelo –ordenó el de la barba.<br />
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