Obra Completa

orgullo-. Tengo la esperanza de que usted me crea una seüora y de
que no va a hacerme perder la ilusiôn de creerlo a usted un caballero.
- Lo que pretendo decirle- comencé, temblàndome la voz de ernoci6n-
es que le suplico a usted, dei modo mas respetuoso, que acepte
esa joya que pongo a sus pies sin pedirle mas sino que, cuando la Iuzca
usted sobre su cuerpo de diosa, recuerde ustcd al hombre a quien ruzo
feliz perrnitiéndole satisfacer un antojo suyo. Si usted acepta mi propuesta,
el collar estarà en sus manos dentro de un minuto y yo me
iré sin haberlas besado, para no volver a verla, si usted 10 exige.
-tHabla usted en serio?- me pregunt6 con honda agitaci6n inexplicable,
al oir mi respuesta,
-Seiiora: s610 espero que usted me permita, e irme, porque terne
ser importuno.
-jDios mio, Dios mio! Busca el modo de hacerme feliz y me
conoci6 esta maûana; iY el otro me insulta cuando le ruego y me deja
sola para irse a buscar mujeres perdidas en Nueva York! iQué vida! ... -
articulé entre los sollozos Que la ahogaban, acostando la cabeza contra
el espaldar del sillon y cubriéndose los ojos Ilenos de Iâgrimas con el
paüuelito de batista oloroso a claveles.
Los sol1ozos la sacudian toda; los nervios triunfaban de aquella naturaleza
rica y enérgica.
Sali a la antecâmara, busqué el ramo y entrando en puntas de pies
fui a arrodtllarme junto al sillon donde lloraba, como la serpiente se
arrastrô al pie de Eva inocente al ofrecerle la poma. Los sollozos y
las lâgrimas seguian, y yo guardaba stlenclo.
iNelly! - Je dije cuando comenz6 a calmarse, circuyéndole el talle
fino con un brazo, acaricléndole la frente con las flores del ramo, y
cantândole una canci6n mon6tona con que Jas nodrizas en Floride
arrullan a los chiqulllos para que se duerman-. No llore, Nelly: las
flores la estân besando para contenerla: los diamantes la quieren ver;
Nelly, linda y fresca como las flores;. Nelly, radiosa y fria como los
diamantes que valen menas que esas légrimas.
Vencida por aquellos mimos y sorprcndida al oirlos, apart6 el paüuelo
y hundi6 los ojos en los purpûreos calices de las gloxinias y en las
blancas hojas de las gardenias, donde temblaban los diamantes como
gotas de luz. .
-No, no- dijo sonriéndose, con una sonrisa que le alumbraba los
ojos hûmedos como un rayo de sol un paisaje de prima vera recién
mojado por la lluvia-. No, no, si usted no acepta mi propuesta, no
me hable mas; eso vale una suma loca. Mi padre, que es millonario
y que me adora, nunea me los habria regalade. No, lléveselos usted y
regàleme las flores. [Estân lindas- dijo, aspirando el ramo-. Guarde
usted eso- recogiendo el hilo de platino, animado de luminosa vida
por la palpitaci6n blanca, roja, azul de las pedrerias radiosas que se
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