VE-04 JULIO/AGOSTO 2014

mantener el cargo que por otra cosa, pues él no se dejaba aconsejar por
nadie y tomaba unilateralmente las decisiones, fuesen de gobierno o
familiares.
Resultó que la voluptuosa y seductora consejera era una de las
muchas amantes de Atahualpa, a quien mantenía bien informado de
cuanto se cocía en la Corte de su hermano. La dama, además de
consejera, se convirtió en la concubina preferida por Huáscar, tanto que
relegó a todas las demás a un segundo plano. Lo cierto es que los
encantos de la dama le volvían loco, pues su belleza no era comparable a
ninguna otra del imperio, quizá debido a sus raíces helenas; de ahí que la
llamase a menudo: mi diosa griega.
Pero su diosa resultó ser su sentencia, pues desempeñó un papel
primordial en el enfrentamiento final contra Atahualpa en la lucha por el
imperio inca, ya que a través de un emisario de confianza, desveló la
posición que las tropas de Huáscar tendrían en el campo de batalla.
Huáscar fue derrotado y hecho prisionero.
Descalzo y atado por el cuello fue conducido a presencia de su
hermano, quien no quiso verlo y ordenó su asesinato. Su cuerpo fue
arrojado al río Yanamayo, mas Atahualpa no pudo celebrar la victoria
por mucho tiempo, pues pronto Pizarro lo derrotaría y ajusticiaría en la
ciudad de Cajamarca.
Triste final para dos reyes, dos dioses y dos hombres sin escrúpulos,
pues uno murió a manos de su propia sangre, y el otro, por las de un
extranjero al que acompañaban menos de doscientos harapientos
hombres, pues así los definieron en un primer momento.
El autor de este relato, mitad real y mitad ficción, lo escribe desde
Trujillo, ciudad fundada por Francisco Pizarro, un nuevo dios para
aquellas gentes.
Alberto Casado Alonso (Trujillo, Perú)
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