VE-04 JULIO/AGOSTO 2014

Habitación 321
Vivo obsesionado contigo noche y día. Tú no me conoces,
demonios, ni siquiera te suena mi cara, te has prometido a ti misma
olvidar, dejar la vida pasar. Tampoco recuerdas la única noche que
pasamos juntos. Te regalé un ramo de rosas con mi corazón
despedazado de tarjeta, pero pasaste por alto ese pequeño detalle.
Desconozco tu verdadero nombre, pero todos te llaman Mariposa
Nocturna. Porque estás cerca y eres intocable a la vez, fuerte pero
delicada, controlando tus danzantes movimientos en cada momento, de
no volar tan alto y quemarte las alas con el fuego. Porque bailas
demasiado cerca del fuego, querida, y lo sabes.
Soy el vigilante de todos tus pasos. Observo desde las sombras a
todos los hombres sin rostro que suben a verte, noche tras noche, a la
habitación del motel. Tú también lo sabes, aunque no eres consciente de
ello. Te apoyas en la repisa de la ventana y sonríes distraídamente,
mientras te escondes un rebelde mechón de pelo detrás de la oreja. Y yo
me dedico a estudiarte. Tu decadente belleza, tu triste sonrisa escondida
detrás de esos labios de furcia. Entonces llega alguno de ellos y aparece
detrás tuya, y tú muestras una sonrisa automática en el rostro, una
expresión que practicaste muchos años delante del espejo y que tanto te
costó aprender. Observo vuestras sombras, fundidas en una sola a través
de las gruesas cortinas, mientras otro cigarrillo más marchita mis
pulmones.
Sabes que tu final está cerca, Mariposa. Lo intuyes, porque cada
día estás más nerviosa, porque te echas a llorar sin motivo agarrada al
teléfono, porque sales a la calle con la bata puesta y buscas algo, con la
furiosa mirada. Jamás se te ocurrió ser más observadora, mirar a tu
alrededor. Descubrirme en una esquina, desnudando tu alma con la
mirada. Tu instinto de supervivencia la percibe, sí, pero tu cerebro no
logra comprender. Tranquila. Es mejor así.
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