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las voces que hay que oir<br />

todos los contextos sociales. De manera sistemática, se nos<br />

informa de que las personas que han sido diagnosticadas de<br />

un trastorno mental de los considerados graves son enfermos<br />

crónicos. En las consultas, en las universidades, en las guías<br />

clínicas, en las estrategias nacionales de salud, en los grupos<br />

de psicoeducación, incluso en los medios de comunicación.<br />

La omnipresencia de este discurso nos hace creer que la explicación<br />

se ha convertido en una realidad, que el mapa es<br />

el territorio 2 .<br />

Pero, a diferencia de lo que ocurre con las enfermedades<br />

somáticas, el sufrimiento no tiene materialidad biológica.<br />

No hay ninguna prueba objetiva que pueda emplearse para<br />

determinar que el organismo está enfermo de la mente. Los<br />

síntomas subjetivos del malestar psíquico, descritos por aquel<br />

que los padece, no se corresponden de manera unívoca con<br />

signos clínicos de una enfermedad. No se puede objetivar la<br />

existencia de tristeza, ni siquiera de alucinaciones, de ningún<br />

modo que no sea escuchando aquello que el que sufre<br />

expresa. Por tanto, las experiencias de sufrimiento no existen<br />

separadas de las condiciones sociales e históricas del ser<br />

humano, ni aisladas de la subjetividad y de los significados<br />

particulares. La emocionalidad humana es irreductible a su<br />

desnuda base biológica. Por estos motivos el diagnóstico, en<br />

el caso del sufrimiento mental, no puede ser más que una<br />

simbolización de la comprensión del médico de la experiencia<br />

de malestar que una persona le está relatando.<br />

La cronicidad como profecía<br />

Dependiendo de qué destaque del discurso de la persona que<br />

sufre y de cómo lo entienda, la interpretación diagnóstica que<br />

haga un profesional será una u otra. A través de este proceso,<br />

sus opiniones y percepciones se transforman en verdades una<br />

vez formuladas en un diagnóstico. Y en cada decisión diagnóstica<br />

se ponen en juego las expectativas acerca del progreso<br />

de los pacientes. De este modo, la cronicidad adquiere<br />

carácter de realidad a través de la comprensión biomédica de<br />

las experiencias de sufrimiento emocional intenso.<br />

Una de las virtualidades del diagnóstico psiquiátrico es la de<br />

convertirse en un mensaje cerrado dirigido al sufriente sobre<br />

las causas, síntomas y evolución de su malestar. Si se ha diagnosticado<br />

una “enfermedad mental” de las que se presentan<br />

de forma crónica, el mensaje se concreta en “esto que te pasa<br />

2. Una descripción del fenómeno por el que el mapa se convierte en el<br />

territorio está en las teorías de la semántica general de Alfred Korzybski.<br />

será así toda la vida”. Esta profecía supone condenar al receptor<br />

del diagnóstico a un presente perpetuo, augurando que<br />

su futuro no será más que una continuación del estado actual<br />

de las cosas. Le excluye del potencial creativo de la vida y de<br />

las posibilidades del porvenir, al no poder hacer nada para<br />

librarse de ese destino.<br />

El diagnóstico de cronicidad crea una realidad que es asumida,<br />

se integra en la identidad de las personas que padecen<br />

la teórica enfermedad y se instala como condicionante en su<br />

vida, su mundo relacional y su futuro. Así, la propia profecía<br />

de cronicidad consigue cronificar a las personas.<br />

La guerra contra los síntomas<br />

La cronicidad no es solo una realidad creada por la aplicación<br />

del modelo de comprensión biomédico a las experiencias de<br />

sufrimiento intenso, sino también un efecto de las prácticas<br />

profesionales basadas en él.<br />

Ante la presencia de lo que se entiende como anomalías que<br />

indican la existencia de una enfermedad, la artillería biomédica<br />

se dirige hacia la eliminación de los síntomas subjetivos<br />

del malestar, que se hace equivaler a la desaparición del<br />

trastorno. Pero en demasiadas ocasiones, el sufrimiento y los<br />

síntomas insisten a pesar del despliegue terapéutico. Entonces,<br />

en lugar de modificar la estrategia de abordaje por considerarla<br />

ineficaz, se postula la incurabilidad del trastorno y se<br />

presupone la existencia de un déficit de carácter permanente<br />

que solo podrá ser susceptible de un tratamiento paliativo<br />

(preferentemente farmacológico) y de rehabilitación.<br />

El saber del paciente está de entrada excluido de este modelo.<br />

Sin embargo, el encuentro con las personas diagnosticadas<br />

enseña que esos síntomas son soluciones que se han<br />

puesto en marcha para manejar el dolor emocional. Surgen<br />

como producciones subjetivas cuando no se pueden reconocer<br />

y enfrentar los conflictos de la propia existencia, creaciones<br />

propias de un ser enfrentado a la incomprensión y el<br />

derrumbe de las seguridades que organizan nuestra relación<br />

MYS 36<br />

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