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Cristian se volvió hacia sus compañeros de la sección internacional,<br />

señaló el tubo del teléfono y se llevó el dedo índice a la frente,<br />

dando a entender que estaba hablando con un loco. Sin embargo, por<br />

obvia prudencia profesional, prosiguió el diálogo.<br />

El que decía ser Carreño le explicó que estaba en el centro y<br />

quería llegar lo más rápido posible al periódico, que se encuentra casi<br />

en extramuros, en una zona fabril donde corre la autopista Marginal<br />

del Tieté y pasan las rutas que van a Río de Janeiro y otros estados.<br />

Bofill propuso ir a buscarlo con un fotógrafo pero el desconocido, amablemente,<br />

le explicó que eso no era posible y que lo mejor era que lo<br />

esperasen en la redacción de O Estado.<br />

Bofill cortó y le dijo al encargado de la sección que había un<br />

99 por ciento de posibilidades de que se tratara de uno de esos lunáticos<br />

que cada tanto se dejan caer en los grandes periódicos pero que, por las<br />

dudas, convenía tener todo preparado por si era cierto. Se dispuso que<br />

Cristian esperase al probable Carreño en la entrada principal que da a<br />

la calle ingeniero Caetano Alvares y que el fotógrafo montara guardia<br />

en la portería ubicada en el extremo opuesto del moderno edificio de O<br />

Estado, sobre la rua Celestino Borrul.<br />

Antes de que bajaran a sus respectivos puestos hubo una segunda<br />

llamada. Era Roberto Torres, quien en nombre del Frente Patriótico<br />

explicó a Bofill las razones políticas del operativo así como<br />

los motivos humanitarios que habían llevado a hacer lo que estaban<br />

haciendo en ese preciso momento: liberar al teniente coronel Carreño<br />

en territorio brasileño.<br />

Bofill comenzó a pensar que la cosa podía ir en serio o que<br />

al menos ya había dos chilenos lunáticos en juego, lo que empezaba a<br />

darle color a la nota.<br />

A las seis de la tarde, un taxi Chevrolet Opala blanco, de cuatro<br />

puertas, se detenía frente a la entrada de Caetano Alvares 50, donde<br />

estaba apostado Bofill. En el asiento trasero, un hombre maduro, impecablemente<br />

vestido y rasurado, observaba muy sonriente cómo se le<br />

acercaba el reportero.<br />

Cuando Bofill le estrechó la mano y le preguntó si era Carreño,<br />

el militar exclamó con un suspiro:<br />

-Sí... ¡Gracias a Dios que terminó todo bien!<br />

Bastante incrédulo todavía, el periodista chileno-brasileño se<br />

subió al Chevrolet Opala y le explicó al teniente coronel que debían

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