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15. Cantando bajo la ducha<br />
Bajo la ducha, el teniente coronel Carlos Carreño se enjabonaba<br />
frenéticamente los hombros y las axilas, y cantaba Coraje, de Víctor<br />
Heredia. La canción estaba en uno de los pocos cassettes con música<br />
que los combatientes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez tenían en<br />
la casa y que pasaban varias veces por día. Al final, la tonada se le pegó<br />
al militar y empezó a tararearla con frecuencia. Esta vez, bajo el chorro<br />
de agua caliente, cantaba con verdadera inspiración.<br />
En la sala, los guerrilleros escuchaban la voz del rehén. Boris<br />
intercambió una mirada divertida con sus compañeros. “Parece feliz, el<br />
güevón”, dijo uno de ellos, llevándose el dedo índice a la sien y haciéndolo<br />
girar. “El hombre le pone sentimiento”, comentó otro, risueño.<br />
Entonces Boris tuvo una idea.<br />
Carreño llevaba un mes y medio en poder del FPMR y nunca<br />
había visto las caras de sus captores. El militar tenía claro, además,<br />
que no debía ver esos rostros ocultos bajo capuchas negras. Como medida<br />
de seguridad, para prever olvidos y evitar complicaciones, habían<br />
inventado un método. Antes de entrar al cuarto donde estaba el<br />
prisionero, los combatientes le golpeaban la puerta; él contestaba “un<br />
momento”, se vendaba los ojos y decía: “Adelante”. Los guerrilleros<br />
quitaban la llave, entraban siempre con un pasamontañas y le avisaban<br />
que se podía quitar la venda. A veces, a propósito, abrían la puerta de<br />
improviso, sin golpear, y pasaban. De todos modos, llevaban colocado<br />
el pasamontañas. “Momento, momento”, gritaba Carreño, y se daba<br />
vuelta y comenzaba a vendarse apresuradamente. No quería problemas.<br />
Boris esperó en la sala a que el militar terminara de ducharse,<br />
se secara y se vistiera con el pijama celeste que -junto con un buzo<br />
de gimnasia- era su uniforme de prisionero. Después, se colocó el pasamontañas,<br />
golpeó la puerta y aguardó el aviso de que ya podía pasar.<br />
Entró a la habitación y le dijo a Carreño que podía quitarse la venda. Se<br />
sentó en la cama y comenzó a charlar, mientras el teniente coronel se<br />
peinaba con esmero sus pocos cabellos. Hablaron trivialidades durante<br />
diez o quince minutos. Sin que el rehén lo viera, Boris se sacó la pistola<br />
de la cintura y la dejó sobre la colcha, a sus espaldas. Al poco rato, se<br />
despidió y salió de la habitación. No había terminado de cerrar la puerta<br />
del lado de la sala, cuando escuchó la voz agitada de Carreño:<br />
-¡Carlitos! ¡Carlitos! ¡Se le olvidó algo!