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vez- teniente coronel, ingeniero y experto en fabricación de armamentos,<br />
como era el caso de Carreño.<br />
Pero, indudablemente, el hecho que más lo afectó fue la conversación<br />
telefónica con el general Rafael Varela, director de la Fábrica<br />
de Armas y Maestranza del Ejército (FAMAE). Sin perder tiempo en<br />
cortesías, el jefe directo de Carreño le recriminó por estar en un diario<br />
haciendo declaraciones públicas antes de informar a sus superiores. Y<br />
entonces -según graficó Bofill- Carreño “se cuadró”.<br />
Sin embargo, anticipándose a este tipo de previsibles e inquietantes<br />
reproches, Carreño le había dicho al joven periodista en un momento<br />
determinado de la entrevista:<br />
-Es que antes que soldado, soy cristiano.<br />
Al comienzo de la charla, cuando todavía no había sostenido<br />
ningún diálogo con otros uniformados, fue más a fondo al admitir que<br />
su mentalidad “había cambiado mucho” y que ahora “sabía lo que significaba<br />
para un padre de familia ser sacado de su casa sin las protecciones<br />
que debe brindar la ley a todos los ciudadanos”. Y esta confesión,<br />
aunque no incluyó una referencia explícita a los secuestros y torturas de<br />
los organismos de seguridad del régimen chileno, fue interpretada por<br />
el entrevistador como una transparente alusión a los métodos clandestinos<br />
que emplea el terrorismo de Estado.<br />
-Perdono a quienes me secuestraron y no tengo ningún deseo<br />
de venganza -dijo Carreño-. Me trataron como a un prisionero de guerra<br />
y en ningún momento me torturaron, ni física ni psicológicamente.<br />
No obstante, colocado entre la espada y la pared, cuando se le<br />
preguntó concretamente si apoyaba o no al régimen de Augusto Pinochet,<br />
contestó:<br />
-Sí, porque el gobierno de la Unidad Popular fue un desastre<br />
para Chile.<br />
La entrevista y las interrupciones telefónicas de larga distancia<br />
concluyeron a las nueve de la noche y el teniente coronel pudo<br />
distenderse en el restaurant y cafetería del diario, ubicado en el último<br />
piso del edificio. Allí pasó un buen rato con sus ocasionales anfitriones,<br />
que se interrumpió a las doce, cuando llegó el embajador chileno<br />
Raúl Schmidt. El diplomático fue alertado sobre el episodio mientras el