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-¡Quédate quieto! -ordenó.<br />

Uno de los obreros que estaba parado junto a la alcantarilla<br />

saltó sobre el guardia Humberto Martínez, le aplicó una toma de karate<br />

que lo derribó y se le echó encima. Le apoyó una rodilla en el pecho y<br />

mientras le apuntaba a la frente con el cañón de una pistola automática,<br />

le dijo:<br />

-Tranquilo. Dame tu arma.<br />

El otro operario corrió hacia el Peugeot color vino para ayudar<br />

al ingeniero. El chofer de la camioneta de EMOS, que había encendido<br />

el motor, echó a andar rápidamente el vehículo y, haciendo chirriar<br />

los neumáticos sobre el pavimento, bloqueó la entrada al garage de la<br />

casa.<br />

En tanto, los conductores de los dos automóviles que estaban<br />

estacionados en ambos extremos de la cuadra también se ponían en<br />

marcha y bloqueaban la calle, Sus acompañantes quitaron los seguros<br />

de las subametralladoras y dejaron las granadas en el asiento, a la<br />

mano.<br />

Por la ventana de la casa, la esposa del hombre del abrigo<br />

gris observó que algo extraño sucedía afuera. Se asomó y vio que dos<br />

desconocidos forcejeaban con su marido, que estaba aferrado al volante<br />

del carro. Los individuos lograron sacarlo. Uno de ellos, el que<br />

vestía de obrero, se lo cargó al hombro y comenzó a caminar con gran<br />

esfuerzo por el jardín hacia la camioneta. Aterrada, la mujer salió a la<br />

puerta.<br />

-¿Qué pasa? -gritó-. ¡No se lo lleven!<br />

ordenó:<br />

El ingeniero le apuntó con la pistola desde la reja de hierro y<br />

-¡Quieta ahí! ¡Métase adentro!<br />

La mujer se llevó las manos a la boca y no entró. Temblaba.<br />

Vio que a un lado un tercer individuo le quitaba el revólver 38 al rondín<br />

Martínez, lo empujaba dentro de la caseta de guardia y de un salto se<br />

introducía en la camioneta. Se quedó parada ahí, mirando como los desconocidos<br />

metían a su esposo dentro del vehículo, cerraban las puertas

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