VE-15 JULIO/AGOSTO 2015

Cuando deje de llover
Llovía cuando salíamos de aquel bar. Aquello no era una
novedad. Venía lloviendo sin descanso desde hacía una semana, como
si el cielo se hubiera empeñado en quitarse de encima toda el agua
que llevaba acumulando durante muchos meses.
A mí me pasaba igual que al cielo. Venía conteniendo las
lágrimas durante tanto tiempo, que cuando empezaron a salir, era
como un torrente imparable. No podían mentarme apenas ningún
tema sin que mis ojos parecieran un surtidor en su momento álgido.
Y me había convertido en una mujer insoportable, a costa de llorar y
llorar por cualquier causa.
Pero no siempre fui así. Hacía apenas unos meses que parecían
siglos, yo era una mujer sonriente y feliz. Creía que la vida era bella, y
estaba allí esperando a que me la bebiera entera. Y debí apurar
demasiado la copa, porque de repente se quedó seca. Y, en nada, todo
el líquido que había consumido ávidamente, empezó a escapárseme
por los ojos.
Estaba atrapada, o así me sentía. Él, que fue mi vida entera, se
había convertido en mi mayor amenaza. Me seguía a todas partes. Se
hacía eternamente el simpático delante de la gente y, en cuanto
llegaba a casa, se convertía en un monstruo. Había llegado a hacerme
sentir una nulidad, y evitaba a toda costa quedarme a solas con él.
Paradójicamente, parecía una mujer entusiasta de la vida social, que
no paraba hasta encontrar citas con la gente más diversa. Todo, con
tal de evitar el momento, aunque fuera un minuto, de que él y yo
fuéramos los únicos ocupantes de mi espacio.
Que nadie se engañe. Jamás me puso la mano encima. Eso era
casi lo que más me desesperaba. En secreto, ansiaba el momento en
101