VE-15 JULIO/AGOSTO 2015

que me fracturara la nariz o la mandíbula para acabar en un hospital
y que se desvelara todo. Pero no había manera. Él seguía con su
sibilina manera de hundirme en la miseria sin que nadie más que yo
lo notara.
Llegué a pensar que lo merecía. Llegué a creer que las
expectativas que él tenía cuando nos fuimos a vivir juntos no habían
sido satisfechas por mi inutilidad, por mi incapacidad para
relacionarme, o quizás por mi torpeza en las tareas domésticas, a las
que nunca había prestado el más mínimo interés. E intenté con
denuedo ser más atractiva, ser mejor ama de casa, ser más simpática
y dedicarle más tiempo. Pero todo era inútil. Mis platos nunca
estaban lo suficientemente exquisitos, mi aspecto nunca llegaba a la
altura del de sus compañeras de trabajo, y mi simpatía parecía no ser
más que una manera de ponerle en evidencia. Si me callaba, parecía
una maleducada, y si hablaba, era para ponerlo en evidencia.
Y, por más que lo intenté, nunca volví a encontrar debajo de
aquel cuerpo al hombre que me había enamorado. Se había
desvanecido, o tal vez nunca existió. Pero algo que no podía explicar
me compelía a seguir con él, como si algún día, como por ensalmo,
fuera a volver a aparecer aquél a quien un día amé.
No obstante la lluvia, aquella lluvia fuerte y persistente, me
había abierto los ojos. Y había decidido dejarlo, me costara lo que me
costase. Lo haría cuando dejara de llover. Cuando un sol brillante
cambiara mi vida para siempre y la llenara de luz.
Pero las tormentas persistían, y siempre salía con la esperanza
de que la tempestad amainara y mi vida encontrara su sitio.
Pero aquella noche tampoco sería. Porque aquella noche,
también llovía cuando salimos del bar…
Susana Gisbert Grifo (Valencia)
http://conmitogaymistacones.com/
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