VE-15 JULIO/AGOSTO 2015

Los dos amigos
Todos hemos experimentado la paz y tranquilidad del campo,
aunque éstas son tan volátiles que se desvanecen como una burbuja
de jabón a la que de pronto le llegara un viento medianamente
agitado.
Dos amigos y, además compadres, Melquiades y Tiburcio,
originarios de San Gregorio de anchas calles empedradas, con una gran plaza
sombreada por un armazón de ramas repletas de verdes y olorosas
hojas de laureles de la India, al pardear la tarde de un día caluroso de
este mes, caminaban rumbo a sus casas por una vereda que
zigzagueaba entre los pajonales requemados de la Ciénaga del lago de
Chapala.
A uno y otro lado sobresalía el zacatonal dorado por los
abrasadores rayos del sol.
—Muévete, vale ; nos queda mucho camino por
delante.
Ocurría que Tiburcio se rezagaba arrojándoles piedras a las
parvadas de zanates que ennegrecían las ceibas y los huizachales.
Después de un rato de talonear en aquel camino terregoso,
entumidas las plantas de los pies por el cansancio, se pararon frente a
un charco de agua zarca.
Se agacharon y tomaron gruesos buches, que arrojaron de
inmediato con exagerados aspavientos:
—¡Guácatelas, pinche compa! ¡Esto está caliente!
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