VE-15 JULIO/AGOSTO 2015

Se secó el sudor con la manga. Prendió un cigarro y le daba la
primera chupada cuando el miedo lo acalambró, dado que había
escuchado un ruido semejante a un angustioso resuello. Pero se
tranquilizó pues de pronto reinó un profundo silencio.
—¡Ah, qué susto! -. Y todo por menso. ¿Quién iba a
pensar que sorbiera aire este cristiano, si está muerto? ¡Tiene bien
requintada la soga en el pescuezo! Si les contara esto a mis amigos,
sería la «risión» de todos.
Se acabó el cigarro y sacó otro, que prendió después de varios
intentos de sus manos temblorosas.
Se recostó, desguanzado, tratando de olvidar lo que le había
ocurrido; pero, en cuanto cerró los ojos, se le pusieron de punta los
cabellos al escuchar de nuevo la respiración desesperada.
—¡Me llevan los demonios! ¿Pues qué pasa?
Lo primero que se le ocurrió fue pegar de gritos, pero se
preguntó que quién podría escucharlo en aquellas soledades. Tragó
tantita saliva, volvió a recostarse, volteando la mirada para todos
lados.
—Si no me falla la memoria, éste es el lío más gordo que en mi
vida me he metido.
Y siguió escuchando aquello, maniatado por el miedo.
Cuando el sol le arrojaba los primeros rayos a los campos
terregosos, Melquiades regresaba jalándole los pelos a la burra,
armando gran bullicio para que caminara más de prisa.
—¡Compadre…Compadrito!… ¿Qué tienes?… ¡Respóndeme! . ¿Pues qué hiciste? ¿Por
qué bajaste al muertito? Ahora se nos va a poner de la fregada para
atravesarlo en la burra.
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