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El<br />
señalador<br />
LA REESCRITURA DE<br />
LOS RECUERDOS<br />
POR Maximiliano Tomas*<br />
Podrían producirse no una sino miles de<br />
columnas sobre la íntima relación que<br />
existe entre literatura y memoria, por<br />
la sencilla razón de que la memoria es,<br />
junto a su reverso vivo, la experiencia, la<br />
materia sustancial de la escritura. Vida y<br />
recuerdos. Vivir para contarla, como le<br />
gustaba a Gabriel García Márquez.<br />
Podría escribirse incluso, sin dificultad,<br />
una columna entera mencionando solo<br />
los títulos, uno al lado del otro, de los<br />
libros que se han concebido echando<br />
mano a la memoria, a su extravío, a su<br />
búsqueda. Sin necesidad de abrir la computadora<br />
vienen a la memoria (perdón:<br />
era una broma difícil de evitar) los siete<br />
tomos de En busca del tiempo perdido de<br />
Proust; el relato “Funes, el memorioso”<br />
de Jorge Luis Borges (o el apenas<br />
menos conocido “El puente sobre el<br />
Río del Búho”, de Ambrose Bierce);<br />
las Memorias de Adriano de Marguerite<br />
Yourcenar (la memoria como<br />
carta, legado, epístola); los casos clínicos<br />
de Oliver Sacks en El hombre que<br />
confundió a su mujer con un sombrero,<br />
donde a los protagonistas se les escurre<br />
el don de recordar; incluso las memorias<br />
de Vladimir Nabokov, tituladas,<br />
por supuesto, Habla, memoria. Sumen<br />
los libros que llevan la palabra que nos<br />
convoca en el título, agreguen si quieren<br />
todas las autobiografías, que no son otra<br />
cosa que un ejercicio extremo, engañoso<br />
y literario de la memoria: el listado sería<br />
interminable.<br />
Es por eso que en esta ocasión la dificultad<br />
radica en elegir un solo nombre, una<br />
sola obra o autor. Quedémonos entonces<br />
con una escritora cuyo nombre, por el<br />
momento, al menos en la Argentina, no<br />
resuena en el lector común, en parte porque<br />
sus relatos (porque la autora es cuentista)<br />
no llegan al país sino con cuentagotas,<br />
a pesar de que unos cuantos autores<br />
jóvenes la pongan en su radar de influencias<br />
a la hora de trazar historias breves.<br />
Nos referimos a Amy Hempel (Chicago,<br />
1951), de quien en español se pueden<br />
conseguir sus Cuentos completos editados<br />
en un solo volumen. Y nos quedamos con<br />
ella no solo porque nos cae bien (se sabe<br />
poco de su vida más allá de que trabajó<br />
como veterinaria, ama los perros, estudió<br />
periodismo y medicina forense, estuvo<br />
casada, tuvo algunos accidentes automovilísticos,<br />
fue alumna del taller del editor<br />
Gordon Lish y actualmente da clases<br />
de escritura en la Universidad de Nueva<br />
York y en Princeton) sino por el uso poco<br />
corriente que hace de los recuerdos (en<br />
fin, de la memoria) en dos de sus relatos<br />
más conocidos: “En el cementerio donde<br />
está enterrado Al Jonson” y “La cosecha”.<br />
El primero de los dos fue, valga la<br />
redundancia, el primero que escribió en<br />
su vida. La narradora visita a su mejor<br />
amiga en el hospital donde convalece<br />
por una enfermedad terminal. Pero esto<br />
no lo sabremos hasta el final del relato.<br />
“Cuéntame cosas que no me importe<br />
olvidar. Que sean banalidades. De lo<br />
contrario, déjalo”, le pide su amiga en la<br />
primera línea del cuento, y ella cumple<br />
con el pedido. La narración de esa visita,<br />
que se nos dice que probablemente sea<br />
la única o la última, avanza a través del<br />
relato de las experiencias vividas de a<br />
dos, de la memoria compartida. Cuando<br />
la amiga finalmente muere, el dolor se<br />
hace tan intenso que aquella frase del<br />
comienzo reverbera en su pensamiento:<br />
la conmoción no la deja recordar más que<br />
trivialidades.<br />
En “La cosecha” el ambiente donde<br />
transcurre la historia también es un<br />
hospital. Solo que esta vez es la protagonista<br />
la que está internada, y a través de<br />
los fragmentos de información que ella va<br />
soltando el lector se entera de que tuvo<br />
un accidente de autos muy grave, que<br />
salvó la pierna al costo de que le dieran<br />
cuatrocientos puntos, que jamás podrá<br />
volver a arrodillarse. Sí, conviene decir<br />
a esta altura que la obra de Hempel es<br />
de todo menos<br />
colorida, bulliciosa,<br />
optimista. No<br />
es que se regodee<br />
en la tristeza o la<br />
miseria: sencillamente<br />
las cosas<br />
están rotas, y los<br />
protagonistas asisten<br />
a ese caos de<br />
astillas y pequeños<br />
pedazos dispersos<br />
con la impasibilidad<br />
de un portero, sin decir mucho,<br />
dispuestos a recoger los fragmentos con<br />
una escoba y una pala.<br />
La lección magistral de “La cosecha” reside<br />
en que en la exacta mitad del relato la<br />
narradora se detiene y nos confiesa que<br />
en verdad nos está mintiendo. Que ella<br />
siempre adultera su memoria, para que<br />
las cosas sean más interesantes, o más<br />
verosímiles. “Cuando cuento la verdad<br />
omito muchos detalles. Me pasa lo mismo<br />
cuando escribo una historia”, dice, y<br />
vuelve sobre sus pasos y revisa cada uno<br />
de los datos que los crédulos lectores habíamos<br />
incorporado desde el comienzo.<br />
“La cosecha” es un relato sobre la pérdida<br />
y sobre la memoria, y al mismo tiempo<br />
una contundente clase sobre cómo se<br />
escriben y reescriben los recuerdos. Y de<br />
las razones para hacerlo<br />
* Editor literario, crítico y periodista cultural.