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Q60

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28<br />

El<br />

señalador<br />

LA REESCRITURA DE<br />

LOS RECUERDOS<br />

POR Maximiliano Tomas*<br />

Podrían producirse no una sino miles de<br />

columnas sobre la íntima relación que<br />

existe entre literatura y memoria, por<br />

la sencilla razón de que la memoria es,<br />

junto a su reverso vivo, la experiencia, la<br />

materia sustancial de la escritura. Vida y<br />

recuerdos. Vivir para contarla, como le<br />

gustaba a Gabriel García Márquez.<br />

Podría escribirse incluso, sin dificultad,<br />

una columna entera mencionando solo<br />

los títulos, uno al lado del otro, de los<br />

libros que se han concebido echando<br />

mano a la memoria, a su extravío, a su<br />

búsqueda. Sin necesidad de abrir la computadora<br />

vienen a la memoria (perdón:<br />

era una broma difícil de evitar) los siete<br />

tomos de En busca del tiempo perdido de<br />

Proust; el relato “Funes, el memorioso”<br />

de Jorge Luis Borges (o el apenas<br />

menos conocido “El puente sobre el<br />

Río del Búho”, de Ambrose Bierce);<br />

las Memorias de Adriano de Marguerite<br />

Yourcenar (la memoria como<br />

carta, legado, epístola); los casos clínicos<br />

de Oliver Sacks en El hombre que<br />

confundió a su mujer con un sombrero,<br />

donde a los protagonistas se les escurre<br />

el don de recordar; incluso las memorias<br />

de Vladimir Nabokov, tituladas,<br />

por supuesto, Habla, memoria. Sumen<br />

los libros que llevan la palabra que nos<br />

convoca en el título, agreguen si quieren<br />

todas las autobiografías, que no son otra<br />

cosa que un ejercicio extremo, engañoso<br />

y literario de la memoria: el listado sería<br />

interminable.<br />

Es por eso que en esta ocasión la dificultad<br />

radica en elegir un solo nombre, una<br />

sola obra o autor. Quedémonos entonces<br />

con una escritora cuyo nombre, por el<br />

momento, al menos en la Argentina, no<br />

resuena en el lector común, en parte porque<br />

sus relatos (porque la autora es cuentista)<br />

no llegan al país sino con cuentagotas,<br />

a pesar de que unos cuantos autores<br />

jóvenes la pongan en su radar de influencias<br />

a la hora de trazar historias breves.<br />

Nos referimos a Amy Hempel (Chicago,<br />

1951), de quien en español se pueden<br />

conseguir sus Cuentos completos editados<br />

en un solo volumen. Y nos quedamos con<br />

ella no solo porque nos cae bien (se sabe<br />

poco de su vida más allá de que trabajó<br />

como veterinaria, ama los perros, estudió<br />

periodismo y medicina forense, estuvo<br />

casada, tuvo algunos accidentes automovilísticos,<br />

fue alumna del taller del editor<br />

Gordon Lish y actualmente da clases<br />

de escritura en la Universidad de Nueva<br />

York y en Princeton) sino por el uso poco<br />

corriente que hace de los recuerdos (en<br />

fin, de la memoria) en dos de sus relatos<br />

más conocidos: “En el cementerio donde<br />

está enterrado Al Jonson” y “La cosecha”.<br />

El primero de los dos fue, valga la<br />

redundancia, el primero que escribió en<br />

su vida. La narradora visita a su mejor<br />

amiga en el hospital donde convalece<br />

por una enfermedad terminal. Pero esto<br />

no lo sabremos hasta el final del relato.<br />

“Cuéntame cosas que no me importe<br />

olvidar. Que sean banalidades. De lo<br />

contrario, déjalo”, le pide su amiga en la<br />

primera línea del cuento, y ella cumple<br />

con el pedido. La narración de esa visita,<br />

que se nos dice que probablemente sea<br />

la única o la última, avanza a través del<br />

relato de las experiencias vividas de a<br />

dos, de la memoria compartida. Cuando<br />

la amiga finalmente muere, el dolor se<br />

hace tan intenso que aquella frase del<br />

comienzo reverbera en su pensamiento:<br />

la conmoción no la deja recordar más que<br />

trivialidades.<br />

En “La cosecha” el ambiente donde<br />

transcurre la historia también es un<br />

hospital. Solo que esta vez es la protagonista<br />

la que está internada, y a través de<br />

los fragmentos de información que ella va<br />

soltando el lector se entera de que tuvo<br />

un accidente de autos muy grave, que<br />

salvó la pierna al costo de que le dieran<br />

cuatrocientos puntos, que jamás podrá<br />

volver a arrodillarse. Sí, conviene decir<br />

a esta altura que la obra de Hempel es<br />

de todo menos<br />

colorida, bulliciosa,<br />

optimista. No<br />

es que se regodee<br />

en la tristeza o la<br />

miseria: sencillamente<br />

las cosas<br />

están rotas, y los<br />

protagonistas asisten<br />

a ese caos de<br />

astillas y pequeños<br />

pedazos dispersos<br />

con la impasibilidad<br />

de un portero, sin decir mucho,<br />

dispuestos a recoger los fragmentos con<br />

una escoba y una pala.<br />

La lección magistral de “La cosecha” reside<br />

en que en la exacta mitad del relato la<br />

narradora se detiene y nos confiesa que<br />

en verdad nos está mintiendo. Que ella<br />

siempre adultera su memoria, para que<br />

las cosas sean más interesantes, o más<br />

verosímiles. “Cuando cuento la verdad<br />

omito muchos detalles. Me pasa lo mismo<br />

cuando escribo una historia”, dice, y<br />

vuelve sobre sus pasos y revisa cada uno<br />

de los datos que los crédulos lectores habíamos<br />

incorporado desde el comienzo.<br />

“La cosecha” es un relato sobre la pérdida<br />

y sobre la memoria, y al mismo tiempo<br />

una contundente clase sobre cómo se<br />

escriben y reescriben los recuerdos. Y de<br />

las razones para hacerlo<br />

* Editor literario, crítico y periodista cultural.

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