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Su mechón de pelo blanco la hacía reconocible para el público general aun en países muy<br />
lejanos, gracias al cine y la televisión. Aparece, por ejemplo, en Zelig, la película de Woody<br />
Allen, con quien tuvo en común el judaísmo y el lugar de nacimiento, pero también decisiones,<br />
arengas y hasta carencias: “Ser famosa para ser querida”, dijo alguna vez ella, pero la frase<br />
puede atribuirse al cineasta perfectamente, y no solo a él. Sontag y Allen usaban el mismo<br />
tipo de ironías. Sontag lanzaba frases que podrían haber sido líneas destinadas a los célebres<br />
monólogos cinematográficos del director de Bananas: “La inteligencia no es necesariamente<br />
algo bueno, algo que se haya de valorar o cultivar. Es más como una rueda de recambio necesaria<br />
o deseable cuando las cosas se averían. Cuando todo va bien, es mejor ser estúpido… La<br />
estupidez tiene tanto valor como la inteligencia”.<br />
El hecho de haber nacido en Nueva York coloca a Sontag dentro de una nómina de artistas e<br />
intelectuales que, sin ser de vanguardia, impusieron (a lo largo de un cierto tiempo y variando<br />
de acuerdo con la agenda geopolítica, la moda y otros caprichos) nuevos giros (más o menos<br />
aparentes o concretos, de mayor o menor calidad, pero siempre con gran aceptación) dentro<br />
del pensamiento y el arte. Hay otros rasgos comunes fundamentales como no ser republicano<br />
y tender a ser crítico sin ser un outsider. Lou Reed o Patti Smith, en la música, o Jean-Michel<br />
Basquiat, en la plástica, funcionan como ejemplos. Como en los negocios, el objetivo<br />
es el éxito, aunque la definición de éxito dependa en ella de una reformulación personal. En<br />
los mejores casos, se relacionará al honor, al que Sontag definió como “Dar lo mejor de sí<br />
misma siempre”; pero más allá de las buenas intenciones, llegar a la mayor cantidad de gente<br />
resulta vital. Para eso, hace falta carisma y ella lo tenía. Era intelectual pero accesible y capaz<br />
de hablar del amor y su falta desde la experiencia interior: “Nunca voy a sobreponerme meramente<br />
a este dolor del desamor. Estoy helada, paralizada, con los engranajes atascados. Solo<br />
se aliviará, disminuirá si de alguna manera puedo trasponer la emoción – como del dolor a la<br />
ira, de la desesperación a la conformidad. Tengo que activarme. Mientras me siga sintiendo<br />
como paciente este dolor insoportable no me abandonará. Quiero ‘prometerme’. Una razón<br />
es la ansiedad, quiero encontrar un puerto seguro, librarme del debilitante temor del abandono.<br />
(…) El amor es volar planeando, flotar. Pensar es volar en solitario, batiendo las alas. (…)<br />
Renuncié en primer lugar a mi sexualidad. Renuncié a mi capacidad de comprenderme a mí<br />
misma como una persona ‘común’; renuncié a la mayor parte de las vías normales de acceso<br />
a mí, a mis sentimientos. Renuncié a la confianza en mí misma en las relaciones personales.<br />
Renuncié a tratar de ser atractiva”.<br />
En 1975 dijo que era la prosa “de goys como Elizabeth Hardwick y Wifred Sheed,<br />
entre otros, la que me excita hoy. Ninguna idea, pero qué música”. Pese a no autodefinirse<br />
como creyente ni mucho menos, la idiosincrasia de Sontag estaba ligada inexorablemente a su<br />
judaísmo, al punto de hablar de “escritores no judíos” como un colectivo con entidad propia.<br />
La idea de un judaísmo que opera como una forma de distinción social, cultural, ideológica y<br />
de raza, pero que prescinde al mismo tiempo de la fe religiosa como factor aglutinante, estaba<br />
a tono con la intelectualidad secular que tan bien representó. No obstante, se permitió dudar<br />
en varias oportunidades de sus sentencias, muchas veces, tajantes: “Tengo que renunciar a la<br />
Izq. Escena de la película Dúo para<br />
caníbales (1969).<br />
Der. Afiche promocional de la<br />
misma película.