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implica también pensar en la redondez de la Tierra, solo que
creían que el hemisferio sur no había más que agua.
–¿Hiciste un trabajo comparativo con las otras cuatro
traducciones existentes en el país? Sí, claro, de manera
permanente. Además de las conocidas, existe una quinta, de
la década del 40 llevada adelante por un señor Soto y Calvo
que es muy risueña, por lo ridícula. Borges decía que “entre
los dos no hacen uno”. Utiliza un lenguaje no solo pretencioso
hasta el absurdo, sino también arbitrario: se siente obligado a
traducir con rima y dice lo que se le ocurre, completamente
alejado del original. De todos modos, es una edición inhallable.
–Milano dice que es imposible traducirlo en verso… No,
no es imposible. Por supuesto, si pensamos en una versión
rimada, que respete la respiración, el ritmo, etc., es irreproducible,
porque debe ser ese y no puede ser otro. De todas
maneras se puede encontrar un sustituto, como hizo Mitre o
Ángel Crespo en una de las versiones españolas. Battistessa
no usa rima, pero utiliza el endecasílabo casi todo el tiempo,
o sea que respeta el metro. Y después están las traducciones
clásicas, como la del Conde de Cheste, de la primera mitad
del siglo XIX, que también es en verso rimado y Mitre critica
mucho. Y aun la más clásica de Enrique de Villena, del
siglo XVI, que también responde a la lengua de su tiempo.
Creo que en cada caso el traductor elige otra respiración, otra
cadencia respecto al original, porque eso no se puede reproducir.
–Mitre decía que su intención era buscar una reproducción
lo más fiel posible. Sí, él rimaba con métrica regular,
pero en realidad no lo puede hacer. No puede ser tan literal
cuando se ve obligado a elegir entre la palabra que mejor calce
con la métrica y la rima. Y aunque no traicione al sentido
general, tampoco es literal. La de Crespo, de la que hablaba
antes, que tuvo el Premio de la Crítica, es buena pero también
se aparta mucho de la literalidad. El léxico que uno elige, dejando
de lado la cuestión de la rima, también se vincula con
la época en la que uno vive. La del Conde de Cheste, la de
Mitre, la de Battistesa o la de Crespo son distintas no solo por
el tiempo, sino también por la geografía, el marco cultural, etc.
El lenguaje es una entidad viva que se mueve en el espacio y
en el tiempo. Una traducción siempre es una versión cultural.
–¿Es legítimo actualizar estas versiones de clásicos
respetando su esencia? Es legítimo porque creo que el
equivalente exacto al lenguaje que utilizó Dante tendría que
ser en un castellano del siglo XIV. Tampoco abogo por los
localismos: una versión hecha de argentinismos sería insoportable.
Desde ese punto de vista, la literalidad es una condena.
¿Qué entendemos por literal? ¿Qué significa ser literal hoy?
No lo sé. Creo que uno puede ser más o menos literal con un
contemporáneo, Eliot, pongamos por caso, que perteneció al
siglo XX. ¿Pero cómo ser literal con Dante? O pensemos en el
Marqués de Santillana traducido al ruso, incluso al italiano.
En el caso de Dante, uno percibe que se expresa en un
italiano utilizado con cierta dispersión, y es difícil saber si eso
se debe al paso del tiempo o a la manera que el propio Dante
decidió usar la lengua. Porque lo que está claro es que hizo lo
que quiso: hay palabras inventadas, que nunca se usaron o las
usó él solo. Hay términos y expresiones que ya no son discutidas
por los traductores, sino por los propios investigadores
italianos. Los representantes del “Dolce still nuovo” son los
primeros en utilizar la lengua romance como lengua literaria.
–¿La versión en prosa podría ser vista como una traición
innecesaria? Y, se pierde un poco el encanto del verso.
Yo intento crear una cadencia y eso tiene que ver con el poder
vocativo, que se pierde con la prosa. Cuando Dante cuenta en
verso, lo hace como si estuviera invocando. No olvidemos que
él habla de “Cantos”, y el canto tiene que ver con el despertar
de esa cadencia rítmica, un modo de encantamiento que está
ligado a la invocación. La repetición, el ritmo, provocan la
aparición de esa surrealidad que Dante nos cuenta como si
fuera real.
–En su versión solo utiliza notas cuando es estrictamente
necesario y no son interpretativas, a diferencia de la
de Battistessa, que es muy profusa en ese sentido. Sí, la
de Mitre es anotada pero discreta, en cambio Battistessa trata
de interpretar, es un paratexto que da interpretación permanente.
Yo traté de explicar en algún momento oscuro que allí
hay una discusión sobre el tema. Después todo lo demás es
informativo, fulano de tal es tal. Uno puede suponer que el
lector sabe quién es Júpiter, pero si nombra a alguien desconocido
pero que fue un líder político de su tiempo, es necesario
aclarar quién fue. El trabajo de traducción de Battistessa hay
que reconocer que es bueno, pero su interpretación es muy
cerrada, porque está al servicio del canon católico ortodoxo de
punta a punta. Es cierto que Dante utiliza alegorías, pero hay
momentos en que no se sabe si algo es alegoría o no, porque
su relato es realista, al menos en el Infierno y el Purgatorio,
descriptos a partir de paralelismos con la Tierra.
–¿Y en el Paraíso no? En el Paraíso es menos realista, porque
hay menos comparaciones terrenales y privilegia una
descripción muy abstracta, más espiritual. Está hablando de
gente muy virtuosa y todos son presentados en términos muy
evanescentes. Son voces, son reflejos… Lo más concreto del
Paraíso es Beatriz; Dante no se cansa de hablar de la belleza y
la sabiduría de Beatriz.
–¿Cómo explica la vigencia de la Divina Comedia? Creo
que debido a que muestra diversos niveles. Por un lado, es
un compendio de historia y filosofía de la Antigüedad hasta el
momento en que vivió Dante. Allí está todo. Está todo lo que
los latinos sabían de la mitología, todo lo que es la escolástica,
el tomismo, todo lo que es ciencia o lo que se entendía por
ciencia entonces, está ahí. Por otro lado es ese recorrido que
está en la Comedia, ese ida y vuelta entre una realidad inventada,
inverosímil, que no está en ningún libro (ni siquiera en
los sagrados, ya que las descripciones que hace no está en la
Biblia ni en ningún otro libro), y una realidad que por algún
motivo nos sigue resultando cercana, palpable