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Tema de tapa<br />
uno<br />
LA VOLUNTAD<br />
POR Roger Koza<br />
Escena de la película<br />
Manchester junto al mar<br />
Frente a las calamidades y la evidencia del fracaso, no falta jamás la referencia<br />
a una asequible superstición, apenas desligada de la religión,<br />
que desconoce réplica: “La esperanza es lo último que se pierde”. Se<br />
razona así: el futuro luce como una apertura pletórica de posibilidades<br />
y una corrección del pasado, un tiempo por venir indeterminado que<br />
siempre se lee como superación. Nada garantiza que la indeterminación<br />
tenga una valencia positiva, pero así se prefiere pensar. Es un<br />
hábito, tal vez un hábito de supervivencia –no solo simbólica–.<br />
La esperanza es una creencia inevitable. Bíblica y existencialista,<br />
popular y multicultural, no hay lugar en la tierra en donde no goce<br />
de prestigio. Quien dude de su eficacia y atemporalidad tiene el alma<br />
mancillada de pesimismo. El desesperanzado padece esa enfermedad<br />
mortal a la que Kierkegaard llamó en cierta oportunidad la<br />
“enfermedad mortal”: el que renuncia a la esperanza se hunde en la<br />
desesperación. ¿Se la puede entonces desdeñar?<br />
Entre las tantas películas nominadas a los premios Óscar, había una,<br />
que no se alineaba con ese frecuente destino esotérico por el cual<br />
las películas deben refrendar creencias inspiradoras para el bien de<br />
la humanidad. En este film no se vindicaban los presuntos grandes<br />
valores estadounidenses, que suelen confundirse con los de todos los<br />
pueblos. Ya había títulos para eso: el patriotismo esotérico, la evasión<br />
romántica, los sueños de progreso, la trascendencia cósmica estaban<br />
representados en las nominadas. Sin embargo, la negatividad de esta<br />
película parecía inadecuada para el asunto que las convocaba. Los<br />
dramas son la preferencia de la Academia, en la medida en que haya<br />
una moraleja de último momento por la que se ofrezca una salida<br />
o un posible indicio de superación. Lo hermoso y verdadero de<br />
Manchester junto al mar es su total desobediencia de ese imperativo.<br />
Nada esperanzador se vislumbra en el film de Kenneth Lonergan;<br />
el futuro no traerá nada mejor y lo que el personaje interpretado por<br />
Cassey Affleck sabe es que nunca superará las consecuencias de<br />
un evento traumático.<br />
Desde el inicio, el cuerpo de Affleck es un monograma de una<br />
tragedia que tarda en mencionarse. Recluido en Boston en una pieza<br />
austera que tiene más de celda monástica que de monoambiente<br />
de soltero o divorciado, el todavía joven Lee Chandler pasa sus días<br />
arreglando los desperfectos de departamentos. Que se dedique a la<br />
reparación y al mantenimiento no es un oficio ocasional. Hay en esa<br />
labor una cifra. Lee parece un hombre tranquilo y solitario, aunque<br />
una inesperada escena en un bar dejará en claro una incontenible<br />
angustia inconfesa que puede surgir cuando el alcohol desinhibe y<br />
que puede también conjurarse ineficazmente en la descarga violenta<br />
frente a un estímulo cualquiera. No será la única escena que mostrará<br />
a Lee bajo el influjo de la desesperación, pero el relato situará<br />
perfectamente las razones de su incontinencia.<br />
Uno de los grandes méritos del film de Lonergan y de su notable<br />
intérprete, Affleck, consiste en cómo la conducta de Lee está codificada<br />
por una tragedia personal que solamente se conoce pasada una<br />
hora de película. Los diversos flashbacks que van interrumpiendo<br />
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