12.05.2017 Views

paraWeb_Quid_69

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Tema de tapa<br />

cinco<br />

SUEÑO Y DESENCANTO<br />

POR Emilia Simison*<br />

La esperanza es un concepto necesariamente<br />

ligado al futuro y, por lo<br />

tanto, eminentemente humano. Como<br />

escribe el filósofo y ensayista español<br />

Daniel Innerarity en su libro El<br />

futuro y sus enemigos, los humanos nos<br />

diferenciamos por ser conscientes de<br />

la existencia de un futuro. Así, cuando<br />

nos preocupamos o esperanzamos es<br />

porque sabemos que el futuro existe,<br />

que puede ser mejor o peor y, como<br />

si esto fuera poco, que ese resultado<br />

depende al menos en parte de nosotros<br />

mismos. En este contexto, entonces, la<br />

esperanza aparece fuertemente ligada<br />

a la política. En palabras del filósofo<br />

alemán Max Weber –sí, otra vez sopa,<br />

sabrán perdonar– la política debe manejar<br />

y responsabilizarse por el futuro.<br />

Así, los políticos enfrentan la difícil<br />

tarea de cargar con nuestras esperanzas<br />

y desesperanzas pero, también, con la<br />

posibilidad de hacer uso de ellas. Uso<br />

que va desde el más instrumental como<br />

ganar unas elecciones –“síganme, no los<br />

voy a defraudar” y hagamos a “América<br />

great again”– hasta el más ambicioso de<br />

La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte<br />

se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar<br />

Eduardo Galeano<br />

efectuar cambios efectivos en el mundo<br />

que los rodea.<br />

No resulta nada difícil encontrar casos<br />

para el primero de estos usos. Por<br />

ejemplo, Dimitra Dimitrakopoulou,<br />

de la Fundación Helénica para<br />

la Política Europea y Extranjera,<br />

ELIAMEP, y Salami Boukala, de la<br />

Universidad de Lancaster en el Reino<br />

Unido, analizaron campañas griegas<br />

recientes, observando cómo los principales<br />

partidos legitimaron sus decisiones<br />

políticas en base a los conceptos de<br />

miedo y esperanza. Ya en 2003 el sociólogo<br />

Zygmunt Bauman afirmaba que<br />

vivimos en un mundo donde, en vez del<br />

discurso de la esperanza, domina el discurso<br />

del miedo. Tal predominancia en<br />

el uso de tales formulaciones afectivas<br />

en la política también es resaltada por<br />

la profesora de la Universidad del Sur<br />

de la Florida Susan McManus, quien,<br />

sin embargo, en su artículo “Esperanza,<br />

Miedo y las Políticas de la Agencia<br />

Afectiva” también señala las excepciones<br />

de aquellos políticos que utilizan,<br />

en cambio, el discurso de la esperanza.<br />

En palabras del primer ministro canadiense<br />

Justin Trudeau, y más clarito<br />

imposible: “Vencimos al miedo con la esperanza,<br />

vencimos al cinismo con trabajo<br />

duro”. Quizás el caso más famoso de esta<br />

tendencia retórica, y de sus implicancias<br />

en términos de expectativas y de cambio,<br />

sea el de Barack Obama. Durante<br />

la campaña de 2007 retomó la idea de la<br />

“feroz urgencia del ahora” de Martin<br />

Luther King Jr. para diferenciarse de<br />

la política del “miedo y el cinismo”. Esta<br />

idea, que fue consolidándose como uno<br />

de los principales pilares de su campaña,<br />

también se encuentra presente en su<br />

libro La audacia de la esperanza, publicado<br />

en 2006, donde critica el cinismo<br />

generado en la sociedad por las promesas<br />

rotas. Por ejemplo, en un discurso<br />

de marzo de 2008 afirmaba que “lo que<br />

ya hemos logrado nos da esperanza –la<br />

audacia de la esperanza– para lo que<br />

podemos y debemos lograr mañana”.<br />

De esta manera, Obama no solo le ponía<br />

literalmente el cuerpo al cambio, lo que,<br />

como escribía Bob Herbert en el New<br />

York Times, el 12 de enero de 2008,<br />

facilitaba que la gente frustrada con el<br />

statu quo se atreviera a la esperanza y a<br />

creer nuevamente en su país, sino que<br />

también hizo un uso efectivo de dicha<br />

idea. El profesor de la Universidad<br />

de California, Davis, Justin Leroy<br />

escribió durante las elecciones primarias<br />

que, si bien tanto Obama como Hilary<br />

Clinton recibieron atención por el<br />

hecho de que, en tanto que hombre de<br />

color y mujer, representaban literalmente<br />

el potencial visible para el cambio,<br />

Obama fue el que pudo capitalizar ese<br />

discurso anticipatorio a lo largo de su<br />

campaña con un mensaje explícito de<br />

esperanza. De hecho, quizás una de las<br />

imágenes más famosas de la campaña<br />

haya sido el afiche de “Hope”, diseñado<br />

por la artista Shepard Fairey.<br />

Sin embargo, y hete aquí el problema,<br />

en política la esperanza va de la mano<br />

del desencanto y el “demasiado bueno<br />

para ser verdad” suele ser la norma.<br />

Resumido en una frase referente a<br />

Obama del ex presidente Bill Clinton<br />

durante las elecciones de 2008:<br />

“Todo esto es el mayor cuento de hadas<br />

que haya visto jamás”. Y es que aun los<br />

cuentos de hadas, cuando los vivimos,<br />

nos hacen dudar y quizás la decisión de<br />

Giselle en “Encantada” de quedarse en<br />

Nueva York haya sido más sabia que la<br />

de Nancy…<br />

Incluso los mismos políticos deben<br />

reconocer este problema aunque sus<br />

chances de resolverlo sean casi nulas.<br />

Así, Obama, en su libro de 2006, afirma<br />

que es lo suficientemente nuevo en<br />

la escena política como para servir<br />

como una pantalla en la que gente de<br />

diferentes líneas políticas proyecte<br />

sus propias visiones, pero reconoce, al<br />

mismo tiempo, que por eso mismo está<br />

destinado a desilusionar, al menos, a<br />

algunos de ellos, sino a todos ellos. Y<br />

esta desilusión, evidente en las elecciones<br />

presidenciales del 2016, fue una<br />

constante durante sus dos períodos<br />

presidenciales. Así, por ejemplo, Eric<br />

Bates publicaba en New Republic<br />

que, desde el momento de su elección,<br />

Obama empezó a desilusionar a<br />

quienes habían creído en su mensaje de<br />

cambio al conformar un Gabinete de<br />

insiders. La desilusión habría continuado<br />

con el fracaso en cerrar Guantánamo,<br />

la deportación de dos millones<br />

de inmigrantes, los ataques aéreos en<br />

áreas civiles y, más en general, con un<br />

accionar pragmático. Tal como afirma<br />

el profesor de la Universidad de Nueva<br />

York, Nikhil Pal Singh, esta desilusión<br />

fue particularmente fuerte entre<br />

los votantes jóvenes, en cuestiones relativas<br />

a la justicia social, la equidad y la<br />

educación. Resumido por el crítico cultural<br />

Henry A. Giroux en su libro La<br />

política luego de la esperanza: Obama<br />

y la crisis de la juventud, la raza y la<br />

democracia: “Obama ofreció esperanza,<br />

pero en cambio abrazó al poder corporativo<br />

y militar. En consecuencia, puso<br />

en peligro la conexión democrática entre<br />

esperanza y política”. Sin embrago,<br />

¿hay salida de esta encrucijada?<br />

En este punto resulta ilustrativa la<br />

respuesta negativa de Matt Sleat,<br />

profesor de Teoría Política en la Universidad<br />

de Sheffield, en el Reino Unido,<br />

para quien la desilusión sería una<br />

experiencia familiar de la vida política<br />

donde estamos más acostumbrados a<br />

ver nuestras esperanzas frustradas que<br />

realizadas. Aunque no nos resulta difícil<br />

creer en esta afirmación, solo con mirar<br />

algunas cifras nos podemos terminar<br />

de convencer. Por ejemplo, según el<br />

Eurobarómetro, 45% de los europeos<br />

no está satisfecho con la forma en que<br />

la democracia funciona en su país. En<br />

América Latina, y según los últimos<br />

resultados del Latinobarómetro, estas<br />

cifras son aún más llamativas y, aunque<br />

un 57% está muy de acuerdo con que<br />

la democracia es preferible a cualquier<br />

otra forma de gobierno, solo un 10%<br />

está muy satisfecho con su desempeño,<br />

casi la mitad del 19,2% que está nada<br />

satisfecho. No obstante, según Sleat<br />

esto no se debería a la maldad, desinterés<br />

o ineptitud de los políticos –al<br />

menos no solamente, digamos–, sino<br />

que la desilusión sería un resultado de<br />

las condiciones en que la política tiene<br />

lugar, entre límites y restricciones y en<br />

un contexto marcado por la lucha entre<br />

valores en conflicto.<br />

¿Significa esto que lo mejor es no<br />

esperar nada para no desilusionarnos?<br />

Es cierto que eso haría más fácil la vida<br />

de los políticos y que ha dado origen a<br />

toda una literatura en materia de manejo<br />

de las expectativas, pero entonces,<br />

¿cuál sería el propósito de la política?<br />

En un discurso brindado en la Universidad<br />

de Tübingen, el filósofo alemán<br />

Ernst Bloch afirmó que la esperanza<br />

es algo que, pese a todo, no hace las<br />

paces con el mundo existente y que por<br />

eso mismo se orienta al cambio, más<br />

que a la repetición, incorporando el<br />

elemento del azar sin el cual no podría<br />

existir nada nuevo. Así, como sostiene<br />

Giroux: “la esperanza nunca termina<br />

porque ninguna sociedad tiene una<br />

democracia perfecta o es lo suficientemente<br />

democrática para que la feroz<br />

urgencia del ahora se vuelva obsoleta o<br />

irrelevante”. En tal caso, como sugiere<br />

Sleat, puede que sea conveniente aceptar<br />

que la desilusión es inevitable y usar<br />

esa certeza como base.<br />

Volviendo al caso de Obama, Leroy<br />

resalta el hecho de que en su campaña<br />

la esperanza no estaba puesta solamente<br />

en lo que él podría hacer como presidente,<br />

sino también en el estímulo a<br />

la acción. Ilustrativamente, el mensaje<br />

de bienvenida en su página decía: “Les<br />

estoy pidiendo que crean. No solo en<br />

mi habilidad de llevar el cambio real a<br />

Washington… Les estoy pidiendo que<br />

crean en el suyo”. De esa manera, aun<br />

sabiendo que la esperanza puede llevar a<br />

la desilusión, Leroy nos invita a recordar<br />

que sin desilusión no sería realmente<br />

una esperanza. Así, cuando la periodista<br />

especializada en movimientos sociales y<br />

laborales Sarah Jaffe es invitada a reflexionar<br />

sobre el legado de Obama tras<br />

la asunción de Donald Trump, rescata<br />

la activación política de las generaciones<br />

más jóvenes que reconocieron que, de<br />

existir un cambio, debe venir de ellos.<br />

Y es que, después de todo, y como diría<br />

Paulo Freire, “prescindir de la esperanza<br />

en la lucha por cambiar el mundo,<br />

como si la lucha pudiera reducirse exclusivamente<br />

a actos calculados, a pura<br />

cientificidad, es pura ilusión”<br />

82 83<br />

*Mg en Ciencia Política (UBA-UTDT). Beca M.I.T.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!