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Entrevista<br />
tres<br />
Hay viajes ciertamente extraños y que no siempre tienen<br />
que ver con la trayectoria espacial de quien los protagoniza.<br />
El caso de Liliana Villanueva es ejemplar: si bien nació<br />
en Buenos Aires, vivió nueve años en Alemania, donde se<br />
doctoró en Arquitectura en la Universidad de Darmstad. A<br />
mediados de los años 90, su pareja recibe una invitación para<br />
instalarse en Moscú como corresponsal y ella acepta también<br />
ir. Es un mundo desconocido y en plena transformación: la<br />
Perestroika está en marcha en medio de una crisis económica<br />
histórica y de la apertura a Occidente, luego de siete décadas.<br />
De casualidad, Rusia le brinda a Villanueva otra puerta: comienza<br />
a trabajar también como periodista y, a partir de ahí,<br />
abraza la escritura como un nuevo destino. El resultado será<br />
Sombras rusas (Blatt & Ríos), una serie de crónicas increíbles<br />
sobre la realidad del gigante del Norte y también sobre su<br />
propia experiencia. Dos de ellas, “La idea del frío” y “El hielo<br />
vive”, ya habían conseguido el Premio Osvaldo Soriano de<br />
Relato. Además, su libro Las clases de Hebe Uhart agotó cinco<br />
ediciones y obtuvo el Premio del Lector, de la Fundación<br />
El Libro, en 2015. Por si fuera poco, este año ganó el Premio<br />
Casa de las Américas, en Cuba, por su trabajo Lloverá siempre,<br />
en la categoría “Literatura testimonial”.<br />
mí los libros eran cosas que escribían otros. A mí me tocaba<br />
escribir en mis libretas. Siempre tuve una relación traumática<br />
con la escritura, aunque siempre lo he hecho, pero, más allá<br />
de las notas personales, practiqué el género epistolar. Escribía<br />
cartas muy largas, de ocho a diez páginas, que en cierta<br />
forma eran como un diario de viaje.<br />
–No obstante, Moscú le ofrece también la oportunidad<br />
de una escritura ya de orden público, porque empieza<br />
a trabajar allí como corresponsal. Sí, fue un fenómeno<br />
tan extraño como inesperado. Me di cuenta de que eso mismo,<br />
que hacía para mí, podía resultar útil para otros, que a la<br />
gente le gustaba lo que publicaba. Durante un año y medio<br />
hice crónicas de viaje, urbanas, entrevistas, hice de todo,<br />
menos escribir de economía y política.<br />
–En el libro señala, en más de una oportunidad, el tema<br />
de la otredad, salirse de sí misma, proceso que la escritura<br />
favorece. ¿Cómo incorporaba, además, la otredad<br />
rusa, no solo por tener que interactuar con una lengua y<br />
hasta un alfabeto completamente distinto, sino también<br />
por sus códigos culturales? Sí, no es sencillo. Es como<br />
volver a formarse. Si bien yo tenía alguna referencia por lo que<br />
me tocó vivir en Alemania, Rusia significaba empezar ya no de<br />
cero, sino de menos veinte. Es empezar a ser desde el no ser.<br />
En la crónica de la lechería, lo que quise expresar era eso: ni<br />
siquiera en mi infancia recuerdo haber tenido que ir a comprar<br />
algo repitiendo el nombre del producto. Porque ya no alcanza<br />
con saber cómo se dice leche en ruso, sino también cuál es la<br />
LILIANA VILLANUEVA es la autora de<br />
rutina para pagar, para recibir la compra, etc. Hay un retorno<br />
Sombras rusas, que se acaba de publicar.<br />
a lo primario, a lo infantil, donde todo tiene que ser incorporado<br />
Como si fuera poco, Las clases de Hebe<br />
de nuevo. Al principio, antes de viajar incluso, cuando<br />
Uhart ya lleva cinco ediciones<br />
hablaba con conocidos alemanes me decían: “Mirá, si buscás<br />
un lugar tranquilo para escribir tu tesis, andá a Moscú porque<br />
allí no pasa nada”. Llegué a Moscú y me di cuenta de que era<br />
exactamente al revés: pasaba de todo. La crisis económica<br />
34<br />
POR Christian Kupchik<br />
cambiaba las reglas de juego de modo continuo, pero además<br />
35<br />
Moscú<br />
no cree en<br />
lágrimas<br />
–Cuando llega la propuesta para ir a Rusia, ¿qué fantasía<br />
tenía de ese mundo? Es difícil hablar de una fantasía,<br />
en todo caso yo podía tener una en Buenos Aires y otra muy<br />
distinta en Berlín, que es donde vivía por entonces y llegaba<br />
mucha información. Era un momento histórico muy interesante.<br />
Recuerdo una exposición en Berlín sobre el nuevo arte ruso<br />
en la Perestroika. Gorbachov estaba bastante presente en las<br />
noticias, es decir, que había una presencia bastante continua.<br />
Sin embargo, tenía poco que ver conmigo. Lo extraño es que,<br />
cuando vino mi ex pareja y me comentó la posibilidad de<br />
mudarnos allí, yo me vacié de todo y lo único que registré fue<br />
la palabra “Moscú”. En verdad, si lo pienso bien, me fui por el<br />
sonido de esa palabra. Desde chica, para mí, el lenguaje tiene<br />
una fuerza muy grande y Moscú representaba algo que no podía<br />
definir, pero que encerraba una presencia muy significativa.<br />
Recuerdo palabras que me han marcado de chica.<br />
–¿O sea que lo que determinó el cambio de ciudad fue<br />
el topónimo? Sí. Quizá si me hubiera dicho Babilonia, lo<br />
habría pensado mucho más, pero Moscú me pareció fuerte<br />
y que en ese momento estuviera vacía de contenido también<br />
fue importante. El único preconcepto que guardaba del<br />
lugar es que era algo lejano, misterioso, prohibido, que ligaba<br />
a novelas o películas de espías, pero todo eso desapareció<br />
cuando pronuncié la palabra Moscú. Había algo atractivo en<br />
empezar de cero, no solo con Rusia, sino también conmigo<br />
misma. Después de nueve años en Alemania, empezar a vivir<br />
en Rusia significó, de alguna manera, un aislamiento, porque<br />
Moscú, por entonces, seguía aislada del resto de Europa. De<br />
algún modo, creo que lo sigue estando.<br />
–¿Cómo se dio la construcción del libro? ¿Lo imaginó<br />
desde un comienzo como posibilidad? No, nunca. Para<br />
no olvidemos que no solo yo tenía que empezar de cero, sino<br />
también todos los rusos que debían dejar atrás casi ochenta<br />
años de un régimen que determinó sus vidas. Hay cosas que no<br />
están en el libro –porque tendría que haber sido infinito si no–,<br />
pero que merecen ser contadas. Comprar un metro de tela<br />
exigía un ensayo sociológico. En los comercios, al lado de cajas<br />
registradoras que yo llamaba “prerrevolucionarias”, eran esos<br />
armatostes grises de la década del 50, había ábacos, contadores<br />
de madera. No lo podía creer: estaba en un país hiperindustrializado,<br />
que envía satélites al espacio, y tenían contadores de<br />
madera como los del tiempo de mis abuelos.<br />
–Supongo que esas paradojas darían lugar a situaciones<br />
que bordean el absurdo… Todo el tiempo. Recuerdo<br />
que, en un momento, me anoté para hacer unos cursos de<br />
ruso en el Instituto Moscovita de Aviación, donde también<br />
se preparan los astronautas. Ese lugar, al mismo tiempo,<br />
estaba siendo invadido por mafias, como muchos otros. Una<br />
mafia de mueblerías, por ejemplo, colocó bombas de gas en<br />
el Instituto Aeronáutico, porque querían conseguir el edificio