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TRES 115<br />
los diversos sistemas de partidos, todos de máí¡ o<br />
menos reciente origen y concebidos para servir las<br />
necesidades políticas de las masas de población -en<br />
Occidente para hacer posible el Gobierno representativo<br />
cuando ya no lo sería a través de la democracia<br />
directa porque «no hay sitio para todos en la habitación»<br />
(John Selden) y en el Este para hacer más efectivo<br />
el dominio absoluto sobre vastos territorios-.<br />
<strong>La</strong> grandeza se ve afligida por la vulnerabilidad y las<br />
grietas en la estructura del poder se ensanchan en todas<br />
partes menos en los pequeños países. Y aunque<br />
nadie puede señalar con seguridad cuándo y dónde<br />
se llegará al punto de ruptura, podemos observar,<br />
casi medir, cómo son insidiosamente destruidas la<br />
fuerza y la flexibilidad de nuestras instituciones<br />
como si se fueran vaciando gota a gota.<br />
Además, existe la reciente aparición de una curiosa<br />
nueva forma de nacionalismo, usualmeíite<br />
concebida como inclinación hacia la Derecha, p£ro<br />
que, más probablemente, constituye un indicio de<br />
un resentimiento creciente y mundial contra la<br />
«grandeza» como tal. Mientras que antiguamente<br />
los sentimientos nacionales tendían a unir a los diferentes<br />
grupos étnicos, concentrando sus sentimientos<br />
políticos en la nación como conjunto, ahora<br />
vemos cómo un nacionalismo étnico comienza a<br />
amenazar con disolver las más antiguas y mejor establecidas<br />
Naciones-Estados. Los escoceses y los galeses,<br />
los bretones y los provenzales, grupos étnicos<br />
cuya afortunada asimilación fue prerrequisito para