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La chica del tren

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comienzo a sollozar. No me lo puedo<br />

creer. No me puedo creer que hayamos<br />

llegado a esto, que la mayor felicidad<br />

que he conocido nunca —nuestra vida<br />

conjunta— no fuera más que una ilusión.<br />

Él me deja llorar un rato, pero debo<br />

de aburrirlo porque finalmente esa<br />

deslumbrante sonrisa desaparece y su<br />

labio forma una mueca de desdén.<br />

—Vamos, Rach, ya basta. Deja ya de<br />

lloriquear. —Se aparta de mí y coge un<br />

puñado de pañuelos de papel de una<br />

caja que hay sobre la mesa de la cocina<br />

—. Suénate la nariz —me ordena, y yo<br />

hago lo que me dice.<br />

Él se me queda mirando. Su<br />

expresión es de sumo desprecio.

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