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Supongo que no sabré nada más hasta llegar al destino.
Nos subimos al coche y Mario bromea preguntándome si esta vez necesitará
hacer uso de la música heavy metalera. Yo le respondo que, indudablemente,
no será necesario.
Es más, sospecho que mi trance de sueños eróticos con Tom ha llegado a su
fin. De algún modo, sin entender muy bien por qué, he dejado de verle tan
atractivo como siempre. Puede que sea por este viaje, por su relación con
Sherlyn o… no lo sé.
Mario detiene el coche y ambos nos bajamos. Estamos en un parking que
accede por un sendero hasta una playa. Según puedo leer, es la playa de “O
Muiño”.
— ¿Vamos a la playa? — pregunto, apretándome la chaqueta — . ¡No
pienso meterme al agua!
Mario me lanza una mirada asesina.
— No será necesario meterse al agua, tan solo observar — asegura, tirando
de mi brazo para que acelere el paso.
Por el sendero, accedemos a un precioso paseo de madera. El camino parece
no tener fin a ambos lados y, frente a nosotros la playita con forma de concha
se extiende con su arena fina y blanquecina y sus aguas salvajes y enfadadas.
A pocos metros de la orilla se puede divisar un fuerte que flota en mitad del
mar, soportando los golpes de la marea y el fuerte oleaje que intenta
engullirlo al fondo de las profundas aguas.
— ¿Es bonito, verdad? — inquiere Mario.
Aquí, junto al mar, la brisa marina hace que las temperaturas caigan aún más.
Me aprieto con más fuerza la chaqueta y asiento. La verdad es que es
precioso.
Mario se acerca a mí y, sin que comprenda muy bien que hace, pasa un brazo
por mi hombro y me estrecha contra él. Inconscientemente, me aparto.
— ¿Estamos con las mismas de siempre? — pregunta con tono amable y
cariñoso, como si mi rechazo no le hubiese sentado mal — . Te lo tengo
dicho, Charlize, el calor humano es más poderoso que una estufa… y tú