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— ¡Venga! ¡Arriba!
Los primeros rayos de sol me atacan cuando Mario abre las persianas sin
piedad. Necesito unos segundos para comprender dónde estoy y con quién…
— ¿Por qué no eres capaz de llamar a la maldita puerta? — pregunto,
indignada, mientras me giro para disculparme con Tom.
¡No puede ser!
Tom no está.
Lo que quiere decir que…
— ¡No me lo digas! — comienza Mario con una risita socarrona — . ¿Has
vuelto a soñar con él? ¿De verdad?
¿Cómo demonios lo ha adivinado?
Indignada, cojo el almohadón que tengo bajo la cabeza y se lo lanzo. Mario
lo esquiva sin esfuerzo y suelta una descomunal carcajada.
— ¿Sabes? Eres muy graciosa, Charlize Tremblay.
— ¿Sabes? Tú no eres nada gracioso, Mario a secas — grito, cada vez más
enfadada — . ¡Lárgate!
Mi chofer se queda inmóvil, observando de arriba abajo, y yo siento cómo me
voy enervando más y más por segundos.
— Ya sé que no es asunto mío, pero… ¿No crees que deberías mirártelo? La