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!A tus ordenes!

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viaje. Unos pantalones cómodos, una blusa ancha y deportivas. Odio estar

incómoda, más aún soportarlo durante tantísimas horas de vuelo.

Me repito a mí misma que he hecho bien en delegar en Tom la

responsabilidad de encontrar otro acompañante más para este viaje. Por una

parte, sentirá que confío en él y, por otro lado, he podido desconectar y

olvidarme un poco del asunto cuando he regresado a casa.

Me apresuro a poner una alarma de despertador en mi teléfono móvil cuando

siento que poco a poco voy cediendo al sueño. Tengo que admitir que desde

hace un tiempo — mejor dicho, desde que Dexter se marchó — , me quedo

dormida en el sofá hasta que, en plena madrugada, me desvelo y decido

trasladarme a la cama. Es una de esas malas costumbres que uno adquiere y

de la que después no consigue desprenderse por muchos esfuerzos que haga.

Bajo el volumen de la televisión, apago la lámpara de pie que atenúa la

luminiscencia del ambiente y me permito relajarme en el sofá, hasta que, tal y

como preveía, Morfeo termina estrechándome entre sus brazos.

Me sobresaltada el sonido del timbre y los golpes secos de alguien

aporreando mi puerta sobre las dos de la madrugada. Tardo unos instantes en

espabilar lo suficiente como para comprender que hay alguien en el rellano

del edificio, esperando a que abra.

“¿Quién demonios puede querer algo a las dos de la madrugada?”. Pienso

que, quizás, sea la vecina de abajo. Hace algunos meses tuvo problemas de

humedades en el techo de su casa y la mujer no paró de acosarme,

culpándome de sus problemas, durante varias semanas. Creo que es la única

persona capaz de molestar a un vecino a estas altas horas de la madrugada.

Me golpeo la pierna contra la mesita auxiliar y no puedo reprimir un gruñido

de fastidio. Me arrastro, aún intentando adaptar mi vista a la penumbra, hasta

llegar a la puerta. De puntillas, miro el exterior a través de la mirilla de la

puerta y mi corazón se acelera hasta un ritmo vertiginoso cuando compruebo

quién es mi visitante.

— ¿Tom? — murmuro, extrañada, quitando el cerrojo para abrir.

Puede que se haya puesto enfermo y venga a avisarme de que no vendrá al

viaje. Aunque tampoco tiene sentido porque, en cuyo caso, llamaría por

teléfono… ¿No?

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