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viaje. Unos pantalones cómodos, una blusa ancha y deportivas. Odio estar
incómoda, más aún soportarlo durante tantísimas horas de vuelo.
Me repito a mí misma que he hecho bien en delegar en Tom la
responsabilidad de encontrar otro acompañante más para este viaje. Por una
parte, sentirá que confío en él y, por otro lado, he podido desconectar y
olvidarme un poco del asunto cuando he regresado a casa.
Me apresuro a poner una alarma de despertador en mi teléfono móvil cuando
siento que poco a poco voy cediendo al sueño. Tengo que admitir que desde
hace un tiempo — mejor dicho, desde que Dexter se marchó — , me quedo
dormida en el sofá hasta que, en plena madrugada, me desvelo y decido
trasladarme a la cama. Es una de esas malas costumbres que uno adquiere y
de la que después no consigue desprenderse por muchos esfuerzos que haga.
Bajo el volumen de la televisión, apago la lámpara de pie que atenúa la
luminiscencia del ambiente y me permito relajarme en el sofá, hasta que, tal y
como preveía, Morfeo termina estrechándome entre sus brazos.
Me sobresaltada el sonido del timbre y los golpes secos de alguien
aporreando mi puerta sobre las dos de la madrugada. Tardo unos instantes en
espabilar lo suficiente como para comprender que hay alguien en el rellano
del edificio, esperando a que abra.
“¿Quién demonios puede querer algo a las dos de la madrugada?”. Pienso
que, quizás, sea la vecina de abajo. Hace algunos meses tuvo problemas de
humedades en el techo de su casa y la mujer no paró de acosarme,
culpándome de sus problemas, durante varias semanas. Creo que es la única
persona capaz de molestar a un vecino a estas altas horas de la madrugada.
Me golpeo la pierna contra la mesita auxiliar y no puedo reprimir un gruñido
de fastidio. Me arrastro, aún intentando adaptar mi vista a la penumbra, hasta
llegar a la puerta. De puntillas, miro el exterior a través de la mirilla de la
puerta y mi corazón se acelera hasta un ritmo vertiginoso cuando compruebo
quién es mi visitante.
— ¿Tom? — murmuro, extrañada, quitando el cerrojo para abrir.
Puede que se haya puesto enfermo y venga a avisarme de que no vendrá al
viaje. Aunque tampoco tiene sentido porque, en cuyo caso, llamaría por
teléfono… ¿No?