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— ¿Lleva equipaje de mano?
Vuelvo a sacudir la cabeza en señal negativa y levanto mi bolso para que la
mujer pueda verlo.
— Esto es todo lo que necesito.
— ¿Necesita viaje de vuelta?
— No.
La mujer sonríe, aunque evidentemente debe de estar pensando que soy una
chica muy extraña. No me importa. En realidad, puede que lo sea.
— Buen vuelo — dice, entregándome el billete.
Esta vez vuelo sola.
Me da miedo, pero no estoy tan asustada como estuve la primera vez.
Además, aprovecho el trayecto para dormir y descansar todo lo que pueda
antes de aterrizar en Madrid. Ya no me importa con qué pueda soñar o quién
pueda escuchar mis sueños.
A mi lado, un señor mayor que viaja con su nieta de ocho años me mira de
reojo.
— ¿No huele un poco raro? — me pregunta, frunciendo el ceño y
olisqueando a mi alrededor.
Instantáneamente, pienso que está hablando de mis pies. Pero después
recuerdo el queso que Mario me ha dado y que llevo en el bolso y una sonrisa
aflora en mis labios.
— Es un queso de Cabrales — señalo con una sonrisa.
El hombre me mira mal y después se gira hacia su nieta, sin responder. Tengo
que aguantarme para no saltar en carcajadas.
En Madrid la espera se me hace eterna. Solo es una hora de escala, pero la
tortura volverá a empezar. Otro avión, otro aterrizaje y muchos nervios. Pero
me entretengo mordisqueando mi cuña de queso con una sonrisa tonta y mis
pies malolientes apoyados sobre una silla.