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alrededor de mi cintura, sujetándome y estrechándome contra él.
Continúa con el beso. La humedad de sus carnosos labios consigue hacerme
perder la cabeza. A estas alturas de la película, poco me importa si los chicos
como Dexter, digo Tom, no me convienen. Todavía menos que las relaciones
entre empleados de la misma empresa no estén permitidas. ¡Por el amor de
Dios, si Lindsay Bass y Jack Ackerman se han casado! Además, yo no espero
ninguna boda. Ni siquiera una relación. Quiero esto. Quiero besarle, quiero
comerle y que me coma. Quiero perder la cabeza con él hasta el amanecer y
repetir este proceso cada vez que sea necesario o que ambos tengamos ganas.
Sin compromisos, sin ataduras, sin etiquetas. Solo sexo. Un clavo que saque
el maldito clavo que dejó Dexter incrustado en mi corazón.
Me empuja, caminando. Terminamos cayendo en el sofá entre pequeñas
risotadas y me doy cuenta de que la timidez del chico ya ha desaparecido por
completo. La mía también. Le miro y lo devoro con los ojos. Quiero hacerle
de todo, quiero disfrutar como nunca he disfrutado con del sexo.
— Tom… — susurro en voz baja.
Pero él no me deja continuar.
Coloca un dedo sobre mis labios para silenciarme y, sin pensármelo dos
veces, yo lo atrapo entre mis dientes para evitar que lo retire y después lo
succiono. Lo saboreo, lo lamo.
El sacude la cabeza con una sonrisa divertida.
— Eres una chica muy traviesa, Charlize… — asegura con la voz ronca y
excitada.
— Quiero hacer travesuras… — ronroneo yo, juguetona.
Él se cierne sobre mí y me retira, casi de un tirón, los pantalones de pijama.
Sonríe al comprobar que no llevaba ropa interior y se ánima a hacer lo mismo
con la parte superior. En dos segundos, estoy totalmente desnuda y expuesta
ante él. Tom, con una sonrisa que nunca antes le había visto, vuelve a rozar
con su dedo mis labios. Yo repito el gesto y lo atrapo, para después lamerlo y
saborearlo. Mi guapo empleado sonríe con malicia cuando lo retira y, sin que
yo me lo espere, empieza a arrastrarlo por mi cuello. Lo desliza hasta mis
pechos y juega con mis pezones mientras yo me vuelvo loca de placer.
— Hay que nivelar la balanza — gruño, señalando su ropa.