12 SANTO DOMINGO, RD. JUEVES, <strong>18</strong> DE ABRIL DE <strong>2024</strong> 10 cm La República 5 cm 4 cm Enfoques 3,5 cm 3 cm Alí Babá, el otro calumniado DANIEL BELTRÉ LÓPEZ Santo Domingo, RD No pocos creen que Alí Babá fue un forajido, un caco al mando de cuarenta ladrones. En el imaginario popular prima la idea de que fue un brigante que gerenciaba una gavilla de saqueadores. Alí Babá ha venido a convertirse en el ladrón por antonomasia; en el más socorrido adjetivo a la hora de identificar a quien se enriquece sin causa. Es como si existiera una suerte de sinonimia entre acaudalamiento ilícito y el personaje de la emblemática obra de la literatura universal: “Las mil y una noches”; una recopilación de cuentos y leyendas orientales en los que la inte- rrupción obra como ardid durante mil y una noches, permitiendo a Scherezade conjurar la misoginia del rey Schahriar, quien tomaba por esposa a una doncella que haría decapitar al día siguiente como venganza por las infidelidades de su mujer. Sin embargo, Alí Babá no encabezó pandilla alguna, ni hizo parte de la horda de cuarenta malandrines a los que alude el relato. Alí Babá era un honrado leñador. Disfrutaba de reconocimiento. Su capacidad de ahorros le permitirá comprar una recua de tres asnos, y así, acarrear más leña y prosperar. Llegó a despertar tal simpatía entre leñadores, que uno de ellos le ofreció a su hija en matrimonio. Un día, mientras leñaba en el bosque, escuchó ruidos en la espesura, pero sólo reparó en que sus asnos habían abandonado el pasto. Atormentado, trepó a un árbol buscando divisar a los animales. Sorpresivamente avistó a un grupo de malandrines a caballo que parará al pie del árbol que había tre- pado. Logrará ocultarse entre la fronda. Los maleantes desmontaron. Alí Babá los contó hasta cuarenta. Cargaban sacos pesados. Se detuvieron frente a una roca. Uno de ellos dirá con voz grave: ¡Ábrete, sésamo! Y la roca se abrió. La cuadrilla de ladrones entró a la gruta, dejó los sacos y se marchó. Tras alguien decir: ¡Sésamo, ciérrate! La roca volvió a su lugar. Alí Babá, tardará en colocarse frente a la roca. Finalmente se acercó y dijo: ¡Ábrete, Sésamo! La roca se abrió. Una vez dentro se encontró con asombrosa cantidad de seda, oro, plata, monedas y piedras preciosas. Tomó monedas hasta llenar tres sacos. “Abrió la roca con las palabras mágicas y con las palabras mágicas la cerrará”. Puso rumbo a casa Cuando su mujer vio las monedas dudó de la honestidad de su marido; pero al conocer la historia, se maravilló, convencida de que el destino, y no el pillaje, colocó el oro en su camino. Como podemos ver, Alí Babá no integraba la banda de forajidos, y mucho menos hizo de mentor o cabecilla de cuadrilla alguna. Podría argüirse que distrajo tres sacos atochados de monedas ajenas y eso lo convierte en reo de robo; que no siendo suya la cosa sustraída —que no apropiada—, siempre se reputó de otro. Pero resulta que en buen derecho, el robo es la apropiación fraudulenta de la cosa ajena, es decir, el desplazamiento de la posesión sin consentimiento de su propietario. En la Persia del siglo X — lugar y fecha en que se escribe “Las mil y una noches”— el robo era definido como el apoderamiento de un bien que pertenece a otra persona y que se encuentra guardado en lugar seguro. Se consideraba una infracción de tal gravedad que El Corán dicta la amputación de las manos “…como castigo ejemplar de Allah…”. En la especie, las reglas del Islam no vienen aplicables: las monedas no han sido sustraídas al dueño, de hecho se encontraban en dominio de los forajidos, en su escondite. Se recordará que a Alí Babá le bastarán unas palabras mágicas para hacerse con las monedas. Un enfoque de esta circunstancia en derecho comparado nos permite afirmar que en el peor de los casos habría que hablar de hurto, no de robo; esto es, distracción de la cosa sin consentimiento del dueño, con ánimo de lucro, pero sin violencia, elemento este último que caracteriza al robo en algunas legislaciones. En la nuestra viene como circunstancia que agrava la infracción convirtiendo al robo simple en robo agravado. Entre nosotros no existe distinción entre robo y hurto; el legislador lo refiere por única vez en el artículo 380 CP dejándolo desprovisto de fuerza punitiva. Ahora bien, sea robo o hurto, igual que en el antiguo derecho persa, para configurar la infracción se requiere la existencia de un agente agredido; esto es, el titular del derecho ofendido, cuyo consentimiento está omiso; pues no bastará afirmar que si la cosa no es nuestra será ajena. Se precisa identificar al ente lastimado, al dueño de las monedas distraídas. Bastaría que apareciera reclamándolas tras la sustracción. Mas no se conoce que el dueño de las monedas apareciera en momento alguno. Entonces, tendríamos que hablar de una retención injusta de la cosa, pero no de hurto, y menos aún de robo. Jurídicamente hablando, en ausencia del dueño de la cosa, en ausencia de una verdadera defraudación, faltaría un elemento constitutivo fundamental para que se configure el ilícito. Por tanto, los hechos conocidos no podrían ser subsumidos en el supuesto de la ley. La tradición solo se ocupa de calumniar, sin corroborar la imputación contra el leñador, quien jamás asumió jefatura de horda alguna ni sustrajo nada probado como ajeno. Es sabido que cuando el hecho no es retenido por la ley, o bien, cuando solo se habla, pero no se prueba, no existe infracción alguna. EDWARD ANDRÉS NÚÑEZ-MERETTE P. Santo Domingo, RD El escenario político se muestra con nuevos bríos y cambios en el quehacer político dominicano. Surgen nuevos candidatos, presidenciales, senatoriales y diputaciones, que por primera vez se presentarán al escrutinio de la sociedad. Realmente esto nos dice que nuestra democracia se consolida y que estos ejercicios deben ser permanentes. Ahora, atentos, a las propuestas de nuestros candidatos, que no deben estar alejadas de esperanzas, muy por el contrario, el mundo ha cambiado y se requieren nuevas fórmulas para continuar avanzando como nación. Es un compromiso ciudadano presentarnos a las Platón: ¿Cuál es la mejor forma de gobierno? urnas y cumplir con nuestro deber constitucional. De lo que se trata es de quién o quiénes ofertarán a nuestro país las estrategias para lograr un mejor futuro social, económico, y a la consolidación internacional como destino turístico. En tal sentido, hagamos una pausa y reflexionemos en lo siguiente: ¿Cuál era para Platón la mejor forma de gobierno, y por qué creía que la democracia era una de las peores? La opinión que Platón tenía de la democracia no era muy favorable. Sostenía diálogos entre Sócrates, su maestro, y algunos amigos sobre la naturaleza de los regímenes y las razones por las cuales uno es superior a otro. Quedando en evidencia su opinión sobre la democracia, definiéndole, como el gobierno del pueblo. Señaló, que era el proceso para decidir qué hacer, incluso votar por un líder le parecía arriesgado pues los electores eran fácilmente influenciados por características irrelevantes, como la apariencia de los candidatos, olvidando que lo que se requiere son calificaciones para gobernar. Platón, entendía que, para dirigir el Estado, los más indicados eran filósofos especialmente entrenados, escogidos por su incorruptibilidad y por tener un conocimiento de la realidad más profundo que el común de la gente. Esa forma de gobierno era la aristocracia o el gobierno de los mejores, donde unos pocos se pasarían la vida preparándose para el liderazgo, los que dirigirían la República y estarían en la mejor facultad de tomar decisiones acertadas a beneficio de la sociedad. Aunque sus puntos de vista eran indiscutiblemente clasistas, Platón creía que esos aristócratas gobernarían desinteresada y virtuosamente. Sin embargo, esta sociedad ideal estaría en constante peligro de derrumbarse. Anticipó que los hijos de los hombres sabios y educados se corromperían con el tiempo por los privilegios y el ocio, que terminarían preocupándose únicamente por la riqueza, y la aristocracia se convertiría en una oligarquía o en el gobierno de unos pocos. El problema con la aristocracia era que los hijos de esos pocos educados para liderar terminarían siendo vanos, inútiles o sin logros. Estos nuevos gobernantes ricos y mezquinos estarían obsesionados con equilibrar el presupuesto. La austeridad dominaría y la desigualdad aumentaría. ¨A medida que los ricos se hacen cada vez más ricos, cuanto más piensan en hacer una fortuna, menos piensan en la virtud¨, escribió Platón. Eventualmente, los oligarcas serían derrocados y el Estado colapsaría en una democracia. Para nosotros, tan acostumbrados a escuchar alabanzas a la democracia, suena rara la idea de que en ese recuento de gobiernos que se hunden de formas superiores a inferiores, ocupe el tercer lugar, después de la aristocracia y la oligarquía. No sólo eso, en la República, el Sócrates imaginado por Platón señala que esa democracia, es una forma agradable de anarquía, como cualquier otro régimen se derrumbaría por sus contradicciones. Al igual que de la aristocracia nacería la oligarquía y de ésta, la democracia. Hoy en día hay muchas instituciones que no existían en la época de Platón. Estas son el sistema de contrapeso de los gobiernos. Según Platón, llega un punto en la evolución de la democracia en la que se vuelve caldo de cultivo para demagogos que la colocan en peligro. Ofreciéndoles a los ciudadanos confundidos, distraídos y autoindulgentes una especie de alivio de las interminables opciones e inseguridades de la democracia y se ofrecen así mismo como la respuesta personificada a todas las dificultades. Aunque la idea de ser gobernados por aristócratas nos haga ruido, de fondo lo que estaba deseando era un liderazgo de personas desinteresadas en los placeres vagos, pues así serían incorruptibles y, gracias a su educación, tomarían decisiones sabias destinadas a la virtud. Lea la historia completa en www.listindiario.com
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