Informe-barrios-desfavorecidos
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Nuestra séptima hipótesis viene a decir que la segregación urbana y, en<br />
particular, la formación y consolidación de <strong>barrios</strong> especialmente<br />
<strong>desfavorecidos</strong> no son prima facie el resultado de decisiones deliberadas de las<br />
administraciones y/o de determinados agentes urbanos. Las explicaciones que<br />
a este propósito apelan a las teorías conspiratorias o, en su caso, achacan la<br />
responsabilidad a voluntades malsanas son las más de las veces explicaciones<br />
simplistas, superficiales e, incluso, demagógicas. Antes bien, la segregación<br />
urbana, tal como la conocemos en nuestras sociedades occidentales, es una<br />
consecuencia no intencionalmente buscada, pero inevitable e independiente de<br />
la voluntad de los actores sociales, de una determinada forma de hacer ciudad,<br />
presidida por el dominio de unas relaciones de producción basadas en la<br />
iniciativa privada y la búsqueda del beneficio de los particulares sobre el interés<br />
común. La segregación urbana, en definitiva, no es sino una manifestación<br />
especialmente visible del hecho estructural más amplio de la desigualdad social<br />
engendrada por un sistema de relaciones basado en la primacía del capital<br />
sobre el trabajo y en la prosecución del interés particular sobre las necesidades,<br />
expectativas y deseos del común.<br />
No obstante, si bien la formación y existencia de los <strong>barrios</strong> <strong>desfavorecidos</strong> no<br />
es un efecto intencionalmente buscado ni el resultado de decisiones deliberadas,<br />
sino que deviene como una consecuencia objetiva y aplastante de determinados<br />
y precisos procesos sociales y económicos; en otro plano sí cabe establecer que<br />
la mayor o menor agudización de la cuestión de los <strong>barrios</strong> vulnerables está<br />
directamente enlazada en una relación directa de causa-efecto con el mayor o<br />
menor déficit de inclusividad del Estado de bienestar. En tal sentido, y ésta es<br />
nuestra octava hipótesis, la lucha contra los factores exclusógenos y contra las<br />
lacras sociales que deparan, así como contra su acumulación y especificación en<br />
los <strong>barrios</strong> <strong>desfavorecidos</strong>, en un aspecto muy relevante sólo es abordable<br />
desde la voluntad de los actores sociales. Esta, por así llamarla, hipótesis<br />
voluntarista atribuye a las políticas públicas y a las políticas que emergen de la<br />
sociedad civil organizada la capacidad de restañar –unas veces de manera<br />
radical y otras veces de manera remedial- las cesuras y heridas generadas por<br />
aquellos procesos. La hipótesis, en cierto modo, reproduce aquí la conocida<br />
tesis de que la misión principal y constitutiva del Estado de bienestar consiste<br />
en corregir las disfunciones del mercado. Nuestra hipótesis, en realidad, va más<br />
allá, es más ambiciosa, en tanto que imputa al Estado de bienestar la<br />
responsabilidad de la realización de un proyecto de justicia social articulado en<br />
torno al binomio igualdad-libertad.<br />
El significado pleno de la hipótesis anterior supone, por un lado, que las<br />
políticas de bienestar que cabe propugnar no se fundan tanto en el reparto de<br />
subsidios entre las familias de los <strong>barrios</strong> <strong>desfavorecidos</strong> (asunto distinto sería<br />
la evaluación que se pudiera proponer a propósito de la renta universal) como,<br />
más bien, en la dinamización del tejido social y económico de los mismos, la<br />
integración social de los colectivos en riesgo de exclusión, la recuperación<br />
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